DOMINGO 14 de Diciembre de 2025
 
 
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Las cifras del INDEC se oponen a la realidad de las familias 

Un país con menos pobres, pero más hambre: el desconcertante contraste de la Argentina de Milei

En los últimos meses, los indicadores oficiales mostraron una fuerte baja en los niveles de pobreza en la Argentina. Según estimaciones privadas, la pobreza se habría reducido en más de 20 puntos porcentuales desde diciembre de 2023. Un dato que, en cualquier país, sería motivo de celebración. Sin embargo, lejos de reflejarse en una mejora concreta de la vida cotidiana, el escenario es desconcertante: el consumo sigue en caída, la venta de alimentos no repunta, y miles de familias aseguran que no les alcanza ni para comer.

¿Cómo puede ser que haya menos pobres, pero más hambre? En el presente argentino, al que no es ajena la provincia de La Pampa, muestra una paradoja dolorosa: los números oficiales y la experiencia cotidiana parecen transitar por carriles distintos. El descenso de la pobreza responde, en gran parte, a una mejora en ciertos indicadores macroeconómicos -como la inflación mensual en baja y el aumento de algunos ingresos formales- pero no necesariamente a una mejora en la calidad de vida.

“La pobreza monetaria bajó porque se estabilizó la inflación y hubo recuperación de ingresos en ciertos sectores formales. Pero eso no quiere decir que mejoró la vida de la gente”, explicó el economista Daniel Schteingart, exdirector del Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI). “De hecho, muchos siguen cayendo en la pobreza alimentaria, que no se mide con los ingresos, sino con la capacidad real de comer bien”.

Mientras tanto, el consumo masivo sigue en retroceso. En mayo, las ventas en supermercados cayeron un 7,2% interanual, y en autoservicios mayoristas un 8,4%, según datos oficiales. Incluso en las cadenas de descuento, los alimentos básicos muestran caídas sostenidas. La venta de leche, arroz, carne, pan y yerba mate continúa desplomada.

Para el economista Martín Rapetti, director de Equilibra, “el gobierno logró una mejora de los números macro, pero con costos sociales muy altos. El poder adquisitivo aún no se recompuso plenamente, y el consumo interno sigue deprimido”.

En paralelo, los comedores comunitarios denuncian que cada vez más familias piden asistencia, incluso personas con trabajo. Y en barrios de clase media baja, proliferan las estrategias de supervivencia: compartir compras, saltear comidas, vender pertenencias o reemplazar carne por harinas.

“Antes venían los que estaban desocupados o en situación de calle. Ahora tenemos albañiles, empleadas domésticas, gente que trabaja en blanco pero no le alcanza. Eso no está en las estadísticas”, advirtió Norma Morales, dirigente del Movimiento Barrios de Pie, que coordina comedores en el conurbano bonaerense y en algunas provincias.

Para colmo, la falta de ayuda del Ministerio de Capital Humano, que conduce Sandra Pettovello, hizo que muchos de los comedores debieran cerrar sus puertas, como denunció esta semana Margarita Barrientos, un emblema de la ayuda social desde hace años. 

Situación en La Pampa

Este contraste se agrava en el interior del país. En La Pampa, si bien la tasa de desempleo es baja, los ingresos de amplios sectores no alcanzan para afrontar el nuevo costo de vida. La paralización de la obra pública por parte de Nación, sumado al ajuste feroz del gobierno de Milei, conforman un combo explosivo.

Según el INDEC, la pobreza en el aglomerado Santa Rosa-Toay cayó al 32,1% en el segundo semestre de 2024, lo que representa una mejora significativa respecto del 38,2% registrado en igual período del año anterior. La indigencia también mostró una baja, pasando del 15,8% al 10,4%. Estos números ubican a la provincia entre las de menor pobreza del país, sólo detrás de la Ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, otros relevamientos reflejan que la mejora estadística no se traduce en una recuperación del poder de compra. De acuerdo con el Índice de Vulnerabilidad Social (IVS) elaborado por el gobierno provincial, un 4,1% de los hogares pampeanos no logran cubrir ni siquiera la canasta básica alimentaria. En Santa Rosa y Toay, esa cifra asciende al 4,5%.

Además, en las zonas del interior más alejadas, los referentes sociales alertan sobre un aumento sostenido de las consultas en comedores populares y pedidos de asistencia alimentaria, incluso por parte de familias con trabajo formal.

La provincia implementó el programa RAFE (Refuerzo Alimentario Focalizado Extraordinario) como respuesta a esta brecha entre ingresos y necesidades básicas. Aún así, el panorama general muestra un escenario donde las estadísticas mejoran, pero persiste una demanda creciente de ayuda para comer. La mejora en los indicadores responde más a una recomposición parcial de ingresos y a la desaceleración de la inflación, que a una mejora real y sostenible en el nivel de vida de los sectores populares.

¿Por qué bajó la pobreza entonces? Porque la medición que se utiliza en Argentina se basa en ingresos: si una familia gana más que el costo de la canasta básica total, ya no se la considera pobre. Pero si esa canasta crece por debajo del ritmo de los precios reales o si se subestima el costo de vida en ciertas regiones, el indicador pierde sentido práctico.

También se debe tener en cuenta que este informe sólo mide aquellas ciudades de más de 100 mil habitantes, es decir que abarca a 29,8 millones de personas, sobre una población total en Argentina de unas 47 millones. Además de que tienen en cuenta canastas básicas desactualizadas con respecto a la actualidad de los argentinos, tampoco incluyen los gastos de alquiler cuando el 40% de la población no tiene vivienda propia, y no capta ciudades pequeñas o áreas rurales, donde la estructura de la pobreza podría ser diferente.

“El índice de pobreza es un indicador útil, pero muy imperfecto. Deja fuera otras dimensiones del bienestar, como la salud, la educación o el acceso real a alimentos y servicios”, sostuvo la economista Roxana Maurizio, especialista en empleo y pobreza del CONICET y la OIT.

En medio de este clima, las expectativas sociales se tensionan. Por un lado, se aplaude la baja del déficit fiscal y la contención de la inflación. Por otro, la falta de mejoras concretas genera desilusión y frustración.

Porque aunque las estadísticas digan otra cosa, millones de argentinos no sienten que estén mejor. Y cuando eso ocurre, el dato pierde valor, y la pobreza -la de verdad- se vuelve más difícil de medir, pero también más urgente de atender.

Agencia Santa Rosa
 

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