DOMINGO 14 de Diciembre de 2025
 
 
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Navidades eran las de antes, y las de ahora

María Rosa Bergonzi, Gustavo Federico Schmidt, Florindo Oscar Carabajal y Roberto Velazque pasan sus días en el Hogar de Ancianos “Don Bosco” en Santa Rosa. Una recorrida por sus navidades y una certeza: se debe festejar.

Sentados en su hogar de Don Bosco y Mitre, en el centro de Santa Rosa, los cuatro compartieron sus vivencias. Atesoran muchas Navidades, claro. Algunas mejores que otras, seguro, pero todas atravesadas por los recuerdos que sin saberlo, como todos- se metieron en sus corazones niños: reuniones familiares extendidas, comida abundante, tíos que aportan la amada/odiada pirotecnia y primos y primas con los que se intenta descubrir a Papá Noel en plena acción, ante la sonrisa triste de quienes ya saben, desde hace un tiempo, que eso es imposible.

María Rosa

María Rosa (“Bergonzi de Baliño”, recalca) recuerda que “vivíamos en el campo... Era lindo, familiar todo”. Ese “familiar todo” significa que “el que quería ir, iba” aunque claro, la logística no era tan sencilla: “todos tenían como 10 hijos, imaginate”.

Tenían en su casa una orden sagrada: no mostrar los regalos, por eso de ponerse en la piel del otro. “Mamá nos decía: ‘no los saquen, téngalos guardados porque por ahí a los otros chicos no les pueden hacer regalos’”.

“El 24 a la noche se comía y el 25 se seguía, con las sobras... Alguno, los que venían de lejos, se quedaban. Siempre había un regalito y nosotros hacíamos los adornos con lo que podíamos. Y,
mientras éramos chicas, todas creíamos en Papá Noel. Me acuerdo que mis primos se reían cuando hablábamos de eso. Pero no importaba, fue una cosa muy linda, que disfrutamos”, evoca.

¿Si alguien pedía opinión sobre los regalos? “No, no. Traía lo que traía, y ‘chito la boca, nada de pedir ustedes’, nos decía mi mamá”, dice.

Florindo

Florindo Carabajal también las pasaba bien, con sus 7 hermanos. En su casa y con algún que otro recuerdo particular, como el día en el que “Paini, que trabajaba en el Ejército, llegó con una bomba y la tiró en la pileta de una vecina... Ja. Hizo un ruido tremendo y se rompió... Imaginate la corrida...”.

En su casa la orden también era irse a dormir a última hora del 24 para dejar obrar a Papá Noel a salvo de fisgones. Pero, admite, “a veces se espiaba”. Igual, no tuvo suerte: nunca lo vio. Sí, parece, le fue mejor con la comida: “se comía lindo, sí”.

Roberto

Roberto Velazque (“sin z porque fui mal asentado”, avisa) suena como si sus recuerdos
entremezclaran alegrías y tristezas. “Medio que la pasábamos mal porque mi papá murió joven y quedamos solos con mis hermanos y mi hermana y mi mamá”, arranca.

Sin embargo, enseguida rememora que en esas fechas los “muchos tíos y tías” que se juntaban en Navidad “en la casa de la abuela” eran garantía de algún “regalo. Siempre teníamos. Por eso te digo, no es triste porque no pasamos hambre, y si era miseria casi que no lo entendíamos así”.

Roberto también contó que un “click” en la festividad fue a partir de los “7 u 8 años, cuando
empecé a trabajar con un hombre que era muy bueno, muy apegado a mí, y para él y su mujer fui casi como un hijo. La pasé muy bien, me enseñaron a ser persona”.

“Me gusta la Navidad. Viene mi hijo y tengo nietos, y me gusta regalarles algo, aunque salgo
sobre mañana o pasado, cuando no queda casi nada. Por lo general es una pilcha, porque son chicos grandes”, cuenta y evalúa “es una fiesta muy linda cuando nos reuníamos todos. Ahora
es lindo con otros matices”.

Gustavo

Gustavo Schmidt también comparte recuerdos alegres del 24/25 de diciembre durante su infancia. “Nos juntábamos con los tíos y las tías. En un momento de la noche uno de los tíos iba, cortaba una rama de un renuevo y la adornaban con los adornos y cuando estaba todo listo nos pegaban el grito ‘vengan que llegó Papá Noel’ y nos avisaban y ¡pum! el cachorraje salíamos disparados”.

“En aquel entonces sigue- los viejos nos daban los regalos después, era todo lindo. Se ponían alrededor del árbol la abuela y tía Gustavo y cantaban, en alemán, ‘Noche de Paz’ ¡Qué
hermosura!”, celebra mientras junta las manos como aplaudiendo la imagen que devuelve la
memoria.

Quizá por el susto, no se olvida tampoco de la noche en la que tiró esa cañita voladora que llevó, como siempre, “el tío Juan”: cayó en el chiquero para asustar a todos los presentes excepto al “tractorista que agarró un cuero de cordero” y lo apagó antes de que el pequeño incendio se hiciera algo grave.

Gustavo, policía de servicio en sus años mozos, también pasó la Navidad en la soledad “del Oeste” pampeano, que no es una soledad cualquiera. “Fueron 7 años, después me lastimé y ya me vine para acá. Así que para mí la Navidad es como un día más”, cuenta hoy. Pero con una sonrisa que hace que sea difícil creerle del todo.


Agencia Santa Rosa

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