Ya nadie se salva y por diferentes circunstancias, que podríamos llamar funcionales, los encontronazos, acusaciones, intentos de generar mala imagen del otro, mostrar cómo se cambian de “camiseta”, sin importar para qué los votaron, están generando escenarios conflictivos que realmente dan pena.
Entendemos que quienes se sienten agredidos salgan a defenderse, es un proceder personal y lógico, sobre todo cuando se manejan trascendidos y se siembran sospechas sin elementos que puedan probar fehacientemente que aquello que se dice -procurando parecer inteligente y muy informado- se puede probar.
En política, desde el advenimiento del mileismo, es moneda corriente decir una cosa para hacer otra. Prometer sabiendo de antemano que, logrado el objetivo, nada se cumplirá.
Esa oleada de “falsedad” y de procedimientos impropios de la condición de egos mortales, honorabilidad y decencia, llegó a los más altos estamentos del sistema de la información periodística.
Hay quienes desde que aparecieron, por influencia de sus apellidos, en los ámbitos de la información radial, televisiva, streaming, redes sociales, entre otros mecanismos, muestran estar enfermos de “celos” porque sus colegas trascienden -muchas veces- más de lo que ellos logran hacerlo pese a tener ese empujón que les da imagen y proyección.
Otra vez se actualizan los versos del tango “Cambalache”, que refleja una visión clara de la condición humana que, en su sabiduría popular, supo transmitir Enrique Santos Discépolo.
Hay que leerlos para comprenderlos dado que materializan la realidad de una profunda decadencia social que, ya hace muchas décadas atrás, viene deteriorando a la sociedad argentina.
La política dejó de ser “un arte” para convertirse en un “estercolero” donde una gran mayoría se mete -señal que han perdido el olfato- y pretenden mostrarse como impolutos, cuando la realidad demuestra que son parte del mismo “estiércol” que están pisando.
Esta realidad se materializa en los cambios “ideológicos” súbitos, animados por la existencia de buenos dividendos, disimulados en “negociaciones y acuerdos”, desvirtuando sin ninguna consideración el voto de un sector de la ciudadanía que los eligió porque entendió que estaría bien representada.
Este es un claro signo de una profunda ignorancia y la ausencia de formación política. Es una realidad incontrastable, no cualquiera puede ser Maradona o Messi, ni alcanzar la capacidad que tuvieron Nicolino Locche, que hizo del boxeo un arte, Cassius Clay, entre una cantidad muy importante de personajes que supieron ilustrar la historia de las distintas actividades que desarrollaron y son parte, genuinamente, de aquello que siente y apasiona al pueblo.
Hoy diputado o senador puede ser cualquiera que tenga votos o esté respaldado por un consistente partido político al que ha “jurado lealtad” y en estos últimos años, hemos visto que para ser presidente no hace falta más que un “dedo” que señale y goce del respeto de quienes aceptan esos condicionamientos de esclavos. Todo se ha vuelto una gran mentira.
A nadie sorprende, en realidad divierte, que una legisladora sea autora de un proyecto para cobrarle impuestos a las “flatulencias y eructos de las vacas”. Sí, es cierto, provoca risa y, con inocultable simultaneidad, vergüenza ajena, dado que esa persona es representante de un sector de la sociedad. Hay otros tan o más criticables porque en realidad, este acto, constituye una muestra de ignorancia social, humana y ni que hablar de la política.
Este síndrome deformante de la sociedad también está saliendo a la luz en la rama del sector periodístico. Hace años los veteranos escribas sostenían como paradigmas de su profesión: “No se hace periodismo de periodistas” y esto significaba que en el marco de un profesionalismo, que era respaldado por su honestidad, tenían la virtud de poder mirarse “al espejo de la vida y ver que eran dignos”.
Hoy la realidad nos indica que cada vez nos alejamos más de estas consignas y es lamentable. El proceso de caer en un estado inferior perdiendo fuerza, calidad o importancia, nos está deteriorando como sociedad.
Es evidente que estamos requiriendo profundos cambios sociales; reeducar sería el concepto básico, que debe tener su génesis en el hogar y posteriormente en un sistema educativo que vaya formando al ciudadano, ciudadana del futuro.
No es saludable y realmente causa profunda decepción escuchar como se agravian, denostan y buscan motivos que puedan ser utilizados para señalar que son malas personas. El deterioro es profundo y -entendemos- material de análisis y estudio de los grupos interdisciplinarios que pueden visualizar cuándo comenzó a perderse parte de la humanidad y se cedió paso a la generación de conductas inapropiadas, para establecer genuinamente los parámetros de una sana y respetable convivencia ciudadana.
El “todos contra todos” tiene un final que no siempre es el objetivo buscado. El “gran cambio” es una obligación y no un fin, que de no lograrse nos conduce a seguir caminando por la basura y el barro. En el trayecto, iremos perdiendo dignidad y respeto.



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