En psicología, un estado alterado de conciencia se refiere a “cualquier cambio cualitativo en la experiencia subjetiva y el funcionamiento mental de una persona, que se desvía de su estado normal de vigilia y alerta”.
“Un estado alterado de conciencia (EAC) se caracteriza por una desviación notable en la experiencia subjetiva de una persona, en comparación con su estado habitual de vigilia”.
Esto puede manifestarse como cambios en la percepción, la memoria, el pensamiento, el comportamiento, las emociones o el autocontrol, la experiencia subjetiva. En esencia, es un patrón alternativo de la experiencia que difiere cualitativamente del estado de conciencia normal.
Es evidente que no se dan todas las alteraciones simultáneas pero son parte de indicadores que plantean que: “Algo está mal”.
Lo habitual es que estos comportamientos son negados por quienes los padecen, al punto de mostrarse agresivos cuando alguien, con buenas intenciones, procura hacerlos recapacitar y que análisis mediante logren dominar esos impulsos, que por regla general, resultan disruptivos.
La psicóloga Lisa Dahlgren expresa como se manifiestan las diferencias entre la psicosis y los estados alterados. “La psicosis ya reconocida y que provoca alucinaciones y delirios, están acompañados de pensamiento, habla y comportamiento desorganizados, generalmente dentro de un contexto de otros síntomas difíciles y que alteran la vida”.
Los estados alterados “son un término que describe el movimiento a lo largo de un continuo de conciencia. En un extremo de este continuo se encuentra lo que se denomina la red neuronal”. A partir de ese estamento cerebral comienzan a producirse los comportamientos hacia el medio en el que se desenvuelve la persona.
Estas consideraciones valen -en parte- para intentar entender el manejo político-institucional que realiza el presidente Javier Milei, ante un cúmulo de circunstancias que, en muchos casos, él mismo genera y disfruta, porque encajan en su personalidad disruptiva y agresiva, signo claro de un inestable comportamiento social.
Una persona que ostenta el poder máximo no requiere de la utilización del insulto, la denostación, el agravio, tanto a iguales, como a mujeres niños, porque su investidura lo ha colocado por sobre la ciudadanía en general.
El mando de por sí es una herramienta poderosa y de tal magnitud que requiere de mucha estabilidad psicológica para poder instrumentarla. Cuando esos límites no se respetan o naturalmente se desconocen y procuran argumentos que lo justifiquen, claramente algo no está bien.
Mostrar diariamente un “estado alterado” significa estar desestabilizado, llevando a la persona a cometer desatinos como llamar “degenerados fiscales” a quienes no siguen sus lineamientos de Superávit Fiscal. Denominar “econochantas” a profesionales que han sido compañeros de estudio y/o socios en la profesión, no habla bien de su equilibrio anímico. El uso de términos como “mandriles” y su “culo”, “ensobrados”, “zurdos de mierda”, “ratas miserables”, “excremento humano”, “hijos de pu...”; pelearse desde su poder con un niño de 12 años autista. “Basuras”, “ratas inmundas”, “parásitos mentales”, frecuentemente hablar de “romperles el c***” y decir “burro eunuco”, “enano” para referirse a un gobernador.
Este es el nuevo vocabulario presidencial, que al ser utilizado abiertamente en entrevistas, exposiciones diversas y sus redes sociales, habilita para que pueda utilizarse, sin ser enjuiciado, por toda la sociedad.
Todo o parte de este andamiaje que ha generado el gobierno de Javier Milei, personaje farandulesco, creado como la expresión contraria a todo aquello que huele a democracia, es el camino emprendido por la nueva Argentina.
Violencia dialéctica y verbal, ya son comunes en la calle, en las escuelas, instituciones de diversa naturaleza y quienes están realmente preocupados por el desorden mental que estamos sufriendo no encuentran las formas adecuadas para recuperar el respeto, la consideración del otro y restablecer la convivencia ciudadana.
Los seguidores de Milei, al menos, en las redes, parecen estar de acuerdo con la humillación pública. ¿Hay detrás de esto una estrategia política? “Son brotes de irracionalidad racionalmente administrada, cuando les sirven a Milei o a su entorno”, puntualiza el analista y experto argentino en comunicación política Philip Kitzberger. “Pienso que el presidente siente eso que dice, que se ‘traga’ su propio personaje”.
Los malos ejemplos se internalizan más fácil en la sociedad y provocan un grave deterioro de la convivencia ciudadana, convirtiendo el diario vivir en un “Sálvese quien pueda”.
¿Será ese el objetivo libertario de Milei?



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