DOMINGO 06 de Octubre de 2024
 
 
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¿Cuánto soportará la sociedad?

Es uno de los interrogantes que desde hace varios días vienen sosteniendo analistas, consultores, encuestadores y conocidos politólogos a los cuales el periodismo consulta sobre los resultados de la indagación pública que muestran diversidad de criterios.

Es notorio que existe una preocupación concreta en torno a las posibles reacciones que podrían suceder, ante la proyección del “plan ajuste-motosierra y licuadora del presidente Javier Milei”.

La planificación elaborada no se detiene y muestra la firme decisión de darle continuidad, sin evaluar que están engrosando exponencialmente el número de la pobreza, paso previo a la indigencia de quienes, hasta no hace mucho tiempo atrás, podían, dignamente , mantener a sus grupos familiares.

Es, de eso no existen dudas, un “caldo de cultivo” para la rebeldía social y enmarcado en estas contingencias las reacciones que, según los estudiosos del comportamiento humano, irán creciendo hasta que se produzca la acción nacida de la imposibilidad de revertir su presente, en donde el futuro ha desaparecido por completo.

La frialdad demostrada por funcionarios del staff gubernamental, caso Manuel Adorni, el vocero presidencial, cuando se refiere a los miles de despedidos, considerados un número que les permitirá mantener reducido el costo fiscal, provoca una enorme indignación.

Son seres humanos que, de un plumazo político, se los convierte en futuros pobres, con un escenario laboral muy acotado, en el cual juegan otros factores, como la edad, capacidad, reducción de mano de obra en razón de los altos costos que demandan mantener un comercio, empresa o emprendimiento de cualquier naturaleza.

La realidad indica que un trabajador, trabajadora, que despiden y pertenece al grupo etario de los 50 años en adelante enfrenta un futuro con enormes dificultades.

Se le cortan sus ingresos, por consiguiente no existen más los aportes previsionales, poniéndole fin a sus posibilidad de jubilación. Ya no se habla de recortes porque el salario no alcanza, sino cómo se come, se cuida la salud, de qué manera se continúa mandando los hijos al sistema educativo, entre otras limitaciones que impone el no tener un trabajo digno.

La premisa “mileista” que muchos aplauden, es achicar a cualquier costo el gasto del Estado y para ello no reparan en tomar medidas que van a generar un país de pobres y menesterosos.

Esa fórmula que pone contento a Javier Milei y su séquito, no habla de un futuro mejor, sino de la destrucción de un país, del achicamiento de sus recursos laborales, del cierre de comercios, empresas de distintos tipo y naturaleza y crecimiento del desempleo, aumentado por los recortes laborales en ámbitos del gobierno.

La desaparición definitiva de la tan ponderada clase media y el objetivo de la perdurabilidad de aquellos que puedan hacerlo, es retroceder en el tiempo, es caer inexorablemente en la tanda de los países sudamericanos que pertenecen a unos pocos con posibilidades económicas.

Haciendo desaparecer la educación pública o achicándola a su mínima expresión, acotando el acceso a la salud, buscando en la libertad de mercado una competencia que dadas las características planteadas establece una carrera de ver quién cobra más, política comercial que en algún momento buscarán conciliar con planes y financiamiento, pero siempre alejándose de la mayoría de la ciudadanía.

Hay un claro signo decadente que, una gran parte de la sociedad aún no lo ha percibido en su verdadera magnitud. La resignación no es una actitud saludable, en tanto prepara mentalmente a soportar lo que venga, sometiéndose a los vaivenes de una política que -por ahora- se muestra destructiva.

Es un suceso evidente que nadie puede predecir -a esta altura- cuál es el margen de resistencia de una gran parte de la sociedad hoy acosada por las circunstancias económico-sociales que la rodean.

Sin lugar a dudas debe constituir una preocupación para quienes están aplicando estas recetas liberales, a excepción del presidente Javier Milei que se siente robustecido y entiende que respaldado, cuando ajusta sin límite ni consideración alguna, cumpliendo con su plan de gobierno que, naturalmente existe y tiene su base en el apriete.

Por esto, la frase del libertario, “el 60% del ajuste cae sobre el sector público”, no fue real, dado que parte del recorte de gastos del Estado afecta al sector privado, como por ejemplo el ajuste en jubilaciones y pensiones o en los subsidios a los servicios públicos, como la luz, el gas y el transporte. Todos con una notable incidencia en la escasa movilidad de los ingresos, suceso que agrava las situaciones de la clase trabajadora.

La Argentina se aproxima a un punto de inflexión, que no tiene fecha prevista pero es objeto de preocupación en muchos ámbitos del país. Indudablemente cobra actualidad la pregunta: ¿Hasta dónde aguantará la sociedad el ajuste y las privaciones?

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