LUNES 15 de Diciembre de 2025
 
 
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Vienen elecciones y faltan nombres...

Pocas veces ha ocurrido el fenómeno por el que atraviesa el escenario general de la política nacional, incluidas -naturalmente- las provinciales.

Estamos en las puertas de la elección legislativa de la provincia de Buenos Aires, ya se realizaron cinco en diferentes Estados federales y a poco más de sesenta días de las nacionales, también de orden legislativo y que brindarán una tendencia para quienes aspiren a competir en el 2027, el país sigue confundido por la ausencia de nombres concretos.
Esto no es novedoso, hace décadas que viene sucediendo, pero llama poderosamente la atención que a esta altura no aparecen -salvo excepciones, tal el caso de La Libertad Avanza- los posibles sectores participantes no muestran ningún nombre que se proyecte.
Hay contactos. Se habla de reuniones secretas. Trámites entre bambalinas donde aparecen los pases de un ámbito a otro, pero brillan por su ausencia los candidatos que muestren predisposición para ser ellos los que representen a sus partidos.
Se está materializando el dicho del libertario presidente argentino Javier Milei, la famosa y antiquisíma “tabula rasa”, que se ha puesto de moda en el presente siglo.
“La psicología del siglo XX ha estado dominada por el mito de la ‘tabula rasa’, que sostiene que el ser humano nace como una pizarra en blanco, libre de sesgo biológico alguno y preparada como una esponja para absorber los flujos incesantes de la cultura y el entorno, que son al final los que estructuran nuestra mente”.
Esta definición se comparece con las realizada por, John Locke, quién sostenía que: “La tabula rasa era la teoría según la cuál, al nacer, la mente (humana) es una ‘pizarra en blanco’ sin reglas para procesar datos, y que los datos se añaden y las reglas de procesamiento se forman únicamente a partir de las experiencias sensoriales”.
Esto dramáticamente estamos viviendo hoy, “mucho ruido y cuando se encienden las luces pocas nueces”. Todos quieren ser, pero nadie quiere arriesgarse a perder.
Claramente un síndrome que afecta a todos los que pretenden incorporarse a los nuevos vientos de una política diferenciada de las tradicionales que han venido gobernando en el país en el último siglo.
Estos detalles que son muy notorios indican que las encuestas que se realizan marcan porcentuales que nadie puede afirmar con certeza sean reales e indicadores de la tendencia del voto.
La incertidumbre es un suceso que anida en una gran parte de la sociedad y marca, más allá del factor error, que podría darse la menor concurrencia de votantes de los últimos episodios electorales.
No hay nombres propios contundentes que satisfagan al votante, a excepción del “fanatizado” que sigue los lineamientos disruptivos, que ha distinguido a la señal política del cambio que enarbola Javier Milei, el resto -o una gran mayoría de ellos- manifiesta no saber y ante la duda prefiere no concurrir a poner su voto.
Sostener el criterio de la “tabula rasa”, si nos atenemos a sus definiciones concretas, es enfrentar el futuro panorama eleccionario con la mente lavada, en blanco, reconstruyendo estructuras ideológicas nuevas que deberían estar sustentadas en figuras o nombres fuertes que se muestren conductores, situación que no se está dando.
Si esto sucediera estaríamos en una situación pocas veces observada en elecciones argentinas. El resultado puede ser sorpresa y no corresponder al sentir ideológico de los votantes, sino cumplir con una obligación institucional.
No hay sectores que hoy puedan mostrar, -a excepción de las listas que jugarán en las locales de la provincia de Buenos Aires, cuyos nombres se conocen, más allá que conformen o no al distrito más importante electoralmente hablando del país- ni puedan dar certezas y seguridades sobre quiénes serán sus candidatos, tanto en Nación como en provincias.
Se pueden manejar algunos nombres que guardan alguna ventaja en sus ámbitos, pero cuando se procura indagar nos encontramos con dudas, presunciones, negativas, pero ninguna certeza.
La realidad es que hoy los argentinos muestran una grave orfandad en lo concerniente al futuro político. Se manejan opciones, posibilidades, se dan a conocer las pretensiones y objetivos que se persiguen, pero nadie toma la posta.
No falta tanto y los posibles candidatos no aparecen. Esta es la realidad de un país desconcertado, que ha comenzado a reformularse social y políticamente.
Ganar o perder dependerá de cómo se pueda leer a la sociedad que se está definiendo.

 

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