El tema no es nuevo y conmueve a toda la sociedad. El aumento de los abusos a niños y menores-adolescentes crece exponencialmente registrándose informaciones que abarcan, no sólo a la Argentina, sino a gran parte del primer mundo.
Este dato que consignamos sobre Europa, está relacionado con un informe recientemente conocido de organizaciones independientes de España, que han registrado un número escalofriante de menores abusados en establecimientos religiosos.
El aspecto puntual está referido a un reclamo a la Iglesia Católica, dado que quienes han protagonizado estos abusos -se señala- son miembros del clero.
El incremento de denuncias de quienes fueron víctimas de estos abusos, los hacen conocer tras muchos años de haberlos sufrido y destacan que pese a sus constantes reclamos para que se actúe sobre un tema tan delicado, han sido ignorados, buscándose ocultarlo, negarlo o en el más drástico de los casos trasladar a otros puntos a quienes se ha señalado como los autores.
Este fenómeno en la Argentina ha tenido muchos episodios, algunos de los cuales también han ocupado un rol protagónico hombres ligados al clero, que se han desempeñado en diferentes lugares del país.
Pero estas estadísticas no solo están referidas a la iglesia, sino que es una circunstancia que a diario la observamos en todos los medios, donde la Justicia pone de relieve a través de condenas a abusadores, en su mayoría delitos producidos en ámbitos intrafamliares, parientes muy cercanos y parejas con hijos de otras relaciones.
Muchas de las denuncias que se conocen y que dan lugar a la intervención de los organismos policiales y judiciales, señalan relaciones incestuosas, que son protagonizadas por convivientes en lugares apartados, donde los niños y niñas, están a merced de quienes -a nuestro juicio- están realmente enfermos, padeciendo un desequilibrio psíquico que no les permite visualizar que están destruyendo una vida.
El abuso sexual infantil incestuoso es un fenómeno psicosocial cuyas repercusiones inciden en diversos ámbitos del desarrollo humano.
El abuso de menores comprende aquellos actos que realiza cualquier persona, sin violencia o intimidación y sin que haya consentimiento por parte de quien los sufre, que atenten contra su libertad sexual. Se consideran abusos sexuales no consentidos, los que se ejecuten sobre menores de dieciséis años.
Es claramente una realidad que en el marco de la primera etapa de la niñez los niños y niñas que son víctimas de abuso, son ajenos al razonamiento del consentimiento, porque desconocen el daño que se les produce cuando son objetos de esos maltratos.
Por otra parte, normalmente, se los disfrazan y vierten argumentos que los convencen, fundamentalmente si esos abusos se realizan en ámbitos intrafamiliares.
Recién en el marco de la adolescencia o en muchos casos cuando la vida, tras haber ingresado en la adultez, se les pone por delante una acción que sin saberlo afectó notablemente su crecimiento y desarrollo mental.
Se genera un sentimiento de culpabilidad hasta que se abre una puerta en su psiquis que les permite expresar, eso guardado durante años y que ahora se percata, fue un abuso a su integridad sexual.
Lamentablemente estas situaciones crecen y en la medida que se abunda en la acción esclarecedora, cursos sobre sexualidad y se pone énfasis en comenzar a enseñar a los más pequeños qué cosas no debe permitir, de quienes los abordan por cercanía afectiva, diciéndoles que eso está bien o simplemente amenazando para que el miedo obre como llave efectiva para guardar silencio.
Según estudios recientes: ‘El abuso sexual a menores es una grave forma de maltrato infantil que vulnera el derecho de niñas, niños y adolescentes a su integridad física y dignidad humana impidiéndoles un desarrollo pleno, estimándose una prevalencia que oscila entre un 10% y un 20% en la población de Occidente’.
Tres profesionales españolas Rosa Rúa Fontarigo, (Xunta de Galicia), Violeta Pérez-Lahoz, ( Universidad de Vigo) y Rubén González-Rodríguez sostienen que: ‘Los centros educativos son unas de las instituciones con mayor relevancia en la detección del abuso sexual infantil, así como en la protección de las víctimas, ya que permiten una intervención planificada y sistemática con todo el alumnado’.
El aumento y naturalmente el haber salido a la luz situaciones estrechamente vinculadas al abuso infantil y adolescente es preocupante y ha generado que los grupos interdisciplinarios se aboquen a reformular normativas y aconsejar prestar atención a los cambios de conducta, que siempre obedecen a situaciones difíciles que el menor pueda entender o explicar.
Es indudable que, siempre hubo abusos, pero diferentes estados de las personas que los han sufrido impidieron se conocieran. Hoy existe una enorme apertura que permite profundizar y fundamentalmente conocer la mejor forma de actuar ante estas contingencias.
Todo sea para preservar a nuestra niñez y adolescencia.
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