VIERNES 29 de Septiembre de 2023
 
 
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Una lucha sin tregua

Lo que estamos presenciando, a través de todos los medios de comunicación, es un escenario de ‘pugilato político’ que no da muestras de tener un final feliz; por el contrario todo presagia que gane quien gane, quedarán muchos heridos, que deberán ser convencidos a elegir entre los que acudan, si es que se produce, el balotaje.

Hay gritos, prepoteadas, insinuaciones que hablan de escasez de ética, alusiones familiares que procuran debilitar al oponente, entre muchos otros golpes bajos que no hablan bien de la clase política argentina.

Un país quebrado, con enorme potencial para alcanzar a recuperarse y ponerse nuevamente de pie para enfrentar el futuro con esperanza; está siendo bastardeado de una manera infame.

El todo vale para llegar al poder, nos habla de una degradación moral que pocas veces se ha observado en contiendas políticas desde 1983, hasta la fecha.

Montesquieu definió a la virtud política ‘como el principio íntimo de la república. Donde cada tipo de gobierno necesita actuar acorde a sus principios para poder conservar su autoridad’.

Poca virtud política -por ahora no se puede apreciar- en los sectores en pugna cuyas posibilidades de disputar las elecciones presidenciales con algún éxito está presente.

Alguien dijo que la lucha política por alcanzar el poder es como una ‘función de circo sin público’, donde están malabaristas, trapecistas, algún que otro payaso, pero sin la gente. Los que realmente ostentan el verdadero poder están afuera. 

Se la contempla para armar las estrategias que procuran convencerlos que ‘ellos son los mejores’, pero no les otorgan el derecho a participar ni opinar si están o no de acuerdo.

Que se establezca la disputa electoral para alcanzar los cargos más prominentes del Estado, es natural y por otra parte necesario para que la sociedad conozca a los personajes, sus propuestas y tenga, en razón de ello, la posibilidad de elegir.

La pelea por el mando es la esencia de la política desde que se inventó la política. Sin él, es imposible transformar. Es dificultoso salir de ese estado de desasosiego. Lo que no siempre está claro es que la pelea por el poder esté atada a intereses, a esa forma de representación y a los valores que la gente espera que encarne.

Pero lo que estamos presenciando en la actualidad está alejado de ese concepto histórico, donde existían reglas de convivencia, más allá de las ideologías y se podía llegar a pensar que en temas trascendentes, podían darse normas de consenso, que se tradujeran en políticas de Estado que procuraran recomponer un tejido social muy deteriorado y lo que es más grave desesperanzado.

Si algo es realmente nocivo para el ciudadano de a pie es que no perciba que puede haber una salida a tanta descomposición social-económica y productiva.

Existe una enorme incertidumbre ante anuncios que podrían ser positivos en el marco de un programa integral de la economía; pero los continuos embates considerándolos inapropiados y tildándolos de ‘oportunistas y de campaña’, pone dudas, donde, en algunos casos por su incidencia en la economía diaria serían parte de una solución que debe encuadrarse en un plan abarcativo de todo el espectro económico-financiero del país.

La realidad se impone y lo que se puede apreciar es una confrontación que ha sobrepasado todos los limites. Lo importante es llegar, pero el poder los obnubila, los lleva a apelar a cualquier artimaña que produzca desgaste en el oponente.

Nosotros seguimos pensando que a la mayoría de los sectores políticos en pugna se les ha escapado un detalle: ‘EL VERDADERO PODER LO TIENE EL PUEBLO CON SU VOTO’. Sí señores de la ‘casta’ vieja o nueva, buena o mala están desconociendo el resultado de las PASO en agosto.

Allí quedó planteada claramente la posición ciudadana. Fue una muestra clara que, parte de la sociedad pretendió vieran los políticos. Ustedes están donde están, porque ‘nuestro voto lo decide’. Lo gritaron más de 20 millones de votantes.

Ignorarlos es estar cegados por la ambición de llegar a cualquier precio y desconocer o no percibir que el ‘cambio en la sociedad se está produciendo’. Es el camino más directo a un nuevo fracaso.
 

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