El concepto es de amplio uso en la vida cotidiana, ya que se refiere a ideas, pensamientos, opiniones, creencias, puntos de vista, percepciones, etcétera, que se asumen como verdaderos o falsos. Incluso, el concepto de paradigma puede referirse, de manera cotidiana, a una creencia u opinión compartida colectivamente.
Según lo define el diccionario de la Real Academia Española: “Es una teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento”.
Este aspecto se ajusta, en alguna medida, a las renovadas estructuras de la política, no solo nacional, sino que tiene alcances mundiales. La victoria del difícil y controvertido estadounidense Donald Trump, que volvió a comandar las riendas de uno de los países más poderosos del orbe, marca un rumbo, sino nuevo, por lo menos difícil en el que se constituirán arietes ideológicos para el avance de otros Estados mundiales, por caso China, Rusia, Corea del Norte, entre otros que intentan “mundializar” un pensamiento de extrema izquierda, hoy rechazado en muchas regiones.
Donald Trump derrotó a Kamala Harris y será el próximo presidente de los Estados Unidos. El candidato republicano consiguió la mayoría de los votos en los estados clave. Superó los 270 electores necesarios para llegar nuevamente a la Casa Blanca. Los desafíos que enfrentará en su segundo mandato son de una enorme incidencia mundial, en especial para los países emergentes.
Hay quienes celebran la victoria y, naturalmente, están aquellos que se sienten desolados. Pero uno debe ajustarse a la realidad y está materializada en la decisión de un pueblo, el estadounidense, que determinó provocar un violento cambio de rumbo político, económico y social, fundamentalmente basado en el fracaso que constituyó el mandato de Joe Biden, candidato Demócrata, aspecto que facilitó la recuperación del magnate americano.
Desafíos trascendentes son los que debe enfrentar Trump en su segundo mandato. Las contingencias acaecidas en los últimos años, sumados a los efectos nocivos que provocó la pandemia, el crecimiento comercial exponencial de China y la figura amenazante de Rusia, tras invadir Ucrania, sumado a su programa de expansión territorial, han montado un escenario conflictivo, diferenciándolo del tenido en su primera presidencia.
Durante su campaña prometió aranceles a productos chinos y a otras importaciones; bajar impuestos y atacar la inflación, uno de los factores que impidió que Harris continuara los pasos de Biden. Algunas economías emergentes deberían tomar nota. Entre ellas, Argentina, más allá de los abrazos del presidente Milei con el ahora titular del gobierno de los EE.UU.
Para Trump, los negocios no se mezclan con las relaciones amistosas y las palabras elogiosas que se vierten en determinadas y muy puntuales ocasiones, son parte de la ocasión que se vive.
Es apropiado suponer que esas cercanías presidenciales podrían resultar beneficiosas en un futuro. Pero la realidad planteada durante la campaña del Republicano no se condice demasiado con mostrar bonhomía ante la necesidad de operar en beneficio de los intereses de sus propios países.
Por otra parte, bien vale evaluar comportamientos y actitudes. Ambos son difíciles, disruptivos, no tienen frenos y comparten muy poco con la diplomacia.
Estas formas llevan a pensar que, avanzados los gobiernos en sus diferentes proyectos, habrá marcadas diferencias que obligan a suponer algún que otro encontronazo, del cual inevitablemente Argentina sería la más perjudicada.
Pensar -como algunos analistas están relatando- que todo será fácil, con políticas compartidas: es una utopía. Tal vez durante los primeros meses de reacomodamiento de Donald Trump las cuestiones económico-financieras existentes entre ambos países se mantengan en calma. Las reacciones que presumiblemente ocurran, estarán dadas por las exigencias que en algún momento pretenderá imponer el poderoso, contra el emergente.
Uno de los temas que preocupan a la sociedad americana y que Trump supo interpretar fue la inflación. Uno de los factores más determinantes fue el impacto que este indicador de la economía interna afectaba en la vida diaria de los estadounidenses.
Para muchos, Trump representaba la promesa de una economía más estable, pese a que los números macroeconómicos del actual gobierno demócrata sean robustos. La persistente alza de precios terminó por inclinar a gran parte de la población hacia una opción que percibían como una respuesta a su frustración económica. En términos precisos eligieron “el cambio”.
Esto como parte de un andamiaje de futuras normativas que tiendan a mejorar integralmente a la ciudadanía estadounidense, fue una las motivaciones que inclinó una balanza electoral que, en sus principios, parecía equilibradas.
Si bien solo es una presunción, para Trump de acuerdo a su personalidad y actividad del primer mandato se van a privilegiar la microeconomía americana por sobre cualquier otros intereses. En especial le apunta a la migración exponencialmente desatada, a los acuerdos con economías emergentes que necesitan acordar con los EE.UU., entre otros ajustes.
Finalmente un detalle que debe ser contemplado en torno a las estimaciones y/o encuestas que durante los últimos días presagiaban distintos escenarios ganadores y paridades. Si bien los informes 8 de 10 encuestas de nombres prestigiosos dieron como ganadora a Kamala Harris, la realidad mostró lo contrario, y la extrema debilidad e intereses que se esconden tras los números y opiniones que se recogen.
Se abren perspectivas nuevas. Puentes que se tienden entre la gran potencia y la emergente Argentina, que debe mucho y no puede responder a las exigencias del FMI, tal como este lo demanda.
Difícil predecir a esta altura resultados. No basta con mostrarse satisfecho por la victoria Republicana. Ahora deben conciliar, y eso demandará no entregar las “joyas de la abuela”, ni lo poco que queda genuino para mantener el poder.
Una gran incógnita, que nadie puede resolver con antelación a los sucesos que se avecinan.
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