VIERNES 26 de Abril de 2024
 
 
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Testosterona y vida social

Un estudio realizado por investigadores de las Universidades de Zurich y la Royal Holloway de Londres, publicado en ‘Nature’, ha demostrado que la testosterona no genera agresividad, egoísmo y conductas de riesgo, sino que puede fomentar comportamientos más positivos si éstos sirven para asegurar el propio estatus o posición. 

La hipótesis relacionada con la violencia ha calado en el imaginario popular, pero también en el ámbito científico. De hecho, hay investigaciones en ratones que demuestran que la castración (que supone extirpar los órganos en los que se produce la testosterona) reduce la combatividad. Otros trabajos afirman que los reclusos con un carácter más violento son aquellos que presentan niveles más elevados de la hormona.

No obstante, no ha sido posible demostrar una relación de causalidad. Frente a las anteriores teorías, la posibilidad de que el compuesto tenga funciones distintas a las que tradicionalmente se le han asignado ha ido cobrando fuerza. Un equipo de investigadores británicos y suizos ha llevado a cabo un experimento que inclina la balanza hacia el lado menos sospechado.

Un total de 120 mujeres participaron en un juego destinado a analizar su comportamiento durante un proceso de negociación. A la mitad de ellas se les administró una dosis de 0,5 mg de testosterona y el resto recibió un placebo. A cada dos personas se les entregaban 10 unidades monetarias y tenían que repartírselas. 

Una de ellas debía hacer una oferta a la otra, y ésta sólo podía aceptarla o rechazarla, pero no se le permitía hacer una contraoferta. Además, si denegaba la propuesta, ambas se quedaban con las manos vacías. La forma más segura de que las dos obtuviesen una parte del botín sería, por lo tanto, que la primera entregase a la segunda cinco unidades monetarias.

Una persona con tendencia a asumir riesgos ofrecería menos de la mitad a la otra, exponiéndose a perderlo todo. Este sería el perfil que antiguamente se adjudicaba a quienes tenían una buena carga de testosterona. Sin embargo, el experimento demostró que las mujeres a las que se les había suministrado la hormona no eran más proclives a proponer acuerdos injustos. Al contrario, se inclinaban por un reparto equitativo.

Los resultados sugieren que este comportamiento confirma que, lejos de inducir conductas agresivas o arriesgadas, la sustancia promueve aquellas acciones que son amigables.

En todo caso, conviene aclarar que las mayores cantidades de testosterona no implicaría tanta violencia como se pensaba, pero tampoco generaría por si misma actitudes amables.

Dr. Juan José Penna

 

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