JUEVES 25 de Abril de 2024
 
 
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Si pensás diferente: ¿Sos el enemigo?

Una pregunta que deberíamos realizarnos una gran parte de la sociedad argentina. Tal vez esto ocurra en otras lugares del mundo, pero como no tenemos cómo probarlo, nos limitamos a nuestro territorio.

Siempre existieron los que pretendieron tener razón por sobre otras opiniones que, no eran coincidentes y diferían con su forma de ver la realidad.

Pero en un momento importante de la vida política nacional, esto no habría que perderlo de vista. Ese antagonismo se llevó al extremo, de un mesianismo que confundió a la sociedad y colocó al que no pensaba como nosotros, en calidad de enemigo y no como alguien que tenía otra visión de lo que estaba ocurriendo.

De esta manera la realidad se fue deformando. Y si bien no deja de ser lo que está sucediendo, una parte de la sociedad infiere que aquellos que no opinan como ellos son ignorantes.

Esta situación, que es una forma de violencia moral, que muchas veces se desborda y se convierte en agresión física, procurando con ello convencer a su oponente que está equivocado, es -lamentablemente- una figura social muy en boga en la actualidad.

Nadie puede arrogarse tener la ‘verdad absoluta’. Por varios motivos, el primero porque ese tipo de afirmación es el resultado empírico de su experiencia. El segundo: porque cada uno tiene su propia verdad que obedece a un complejo entramado de vivencias, que parte de su experiencia en la niñez, su crecimiento, el desarrollo que le ha permitido la vida y finalmente, como aplica todos esos mandatos en su vida adulta.

Tenemos varias formas de disentir, fundado en lo que hemos vivido, visto, oído y aprendido a lo largo de los años. Es en este marco cuando observamos una verdad relativa, cuando su contenido varía según el provecho que adopte cierto parámetro. Una verdad es absoluta cuando la validez de su estructura es invariable de manera irrestricta al valor que adopte cualquier variable diferente.

Todo esto tiene estrecha relación con ciertos episodios que estamos transitando en los últimos días y que han puesto en evidencia que cuando alguien nos cuestiona y faltan argumentos que respalden lo que manifiestan, la agresión, el insulto, surgen como una herramienta para sostener lo que ellos creen que es la verdad.

Los agravios que Juan Grabois expresó, en una entrevista periodística, a la profesional de la televisión Cristina Pérez, se supone una clara muestra de esta argumentación que hemos desgranado en esta entrega.

Primero, respetar que alguien piense diferente y se lo manifieste. Después considerar que la confrontación desmesurada, maleducada, fue contra una mujer, que sólo hacía su trabajo y manifestaba su opinión, ante circunstancias muy delicadas como la toma de tierras, argumentos que comparten muchos ciudadanos y ciudadanas de este país.

Qué señala esta violencia: la ausencia de fundamentos que pudieran rebatir el pensamiento de la -en este caso- periodista, cuando no se encuentran maneras de explicar por qué suceden estas cosas y se pretende imponer un criterio.

Allí estamos en presencia de la ofensa y la necesidad de hacer valer su notoria mala educación más allá que -como en este caso- el interlocutor sea un profesional de la abogacía.

O es aún mucho más grave, en tanto ostenta una formación universitaria, además de promocionar su amistad y coincidencia de pensamiento con el Papa Francisco.

Existe una evidente pérdida de valores que hacen a la convivencia ciudadana. Estos malos ejemplos son los que llegan a capas sociales que están postergadas, desde el punto de vista educativo y que toman como referencia estos desbordes verbales, como una situación normal. 

Reformularnos como sociedad es ya un imperativo que transita paralelamente a reconvertir a la Argentina en el país que era, donde todo perfilaba futura prosperidad y eran muy pocos los que pretendían buscar otros horizontes en el primer mundo, en procura de crecer y tener el futuro que nuestro país -su país- no les está brindando.

Equivocados o no. Pensando diferente, todos queremos crecer y reencontrarnos con la prosperidad que muchos políticos ofrecen, pero hasta ahora nadie ha podido lograrla.

Este ejemplo, que hoy planteamos, no es el único. La desvalorización del otro parece ser una gimnasia ya practicada por muchos. Nos muestra una clara descomposición de la Argentina, que no logra salir de la grieta en la que nos colocó la ‘clase política’.

Todo indica que debemos replantearnos qué país queremos y consensuadamente, sin importar demasiado cómo piense, ponernos objetivos claros y precisos para alcanzar la recuperación que todos anhelamos.
 

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