En los últimos días se vienen sintiendo, con inusual fuerza emocional, los mensajes por aquellos que fueron víctimas, en diferentes circunstancias, de familiares cercanos, violencia de género, amigos que se transforman en asesinos, además de los que fueron objeto de la violencia en las calles.
Es un tema que realmente no es grato darle tratamiento, porque nos esta mostrando una sociedad a la que, todavía, nadie ha dado respuestas claras y precisas. Que ingresó en una etapa de descomposición social, en donde todo se resuelve por la extrema agresividad.
Un sentido y conmovedor mensaje del abuelo de Lucio, Ramón Dupuy, en oportunidad en la que el niño, que conmocionó a La Pampa y al país por la tragedia que significó haber sido víctima de su propia madre y su pareja, hubiera cumplido el pasado 5 de Julio, 7 años de edad, nos marcó la motivación que algo debíamos expresar.
La manifestación precisa que señala el dolor como algo creciente y la ausencia como un fenómeno cada vez mas notorio, que comienza a evidenciarse a medida que transcurre el tiempo y ya no se percibe al ser querido en los lugares que le eran habituales, son -naturalmente- extensivos a todos los que hoy reclaman por los amados que ya no están.
Con simultaneidad se produjo el reclamo de familiares y amigos, al cumplirse un año del femicidio de Agustina Fernández, la joven santarroseña que llegó a Cipolletti, con todas sus ilusiones para estudiar Medicina.
Familiares de la joven viajaron a la mencionada ciudad para encabezar una movilización. Mientras, en Santa Rosa, se realizó una aplaudida pidiendo justicia.
Siguen siendo conmocionantes las informaciones que llegan desde Laboulaye, pequeña población cordobesa donde Joaquín Sperani, el adolescente de 14 años fue asesinado a golpes por su más íntimo amigo, de solo 13 años.
Estos episodios suceden mientras la provincia del Chaco está sacudida social y políticamente por el femicidio de Cecilia Strzyzowski, según la investigación, por la decisión de quienes integraban su familia, al haber contraído enlace con César Sena, hijo de un poderoso puntero político, dependiente del gobernador Capitanich.
Como podrá percibirse todo se mezcla en un síndrome de violencia que nos está colocando en una situación que debería ser analizada en profundidad, más allá de que no se obtengan resultados positivos en lo inmediato. Algo es real y concreto: “Una gran parte de la sociedad se ha enfermado”.
Podría considerarse un eufemismo, pero, al contrario, tiene una alta significación en el sentido propio de la convivencia ciudadana, donde las características más sobresalientes deberían ser el respeto, la consideración por el otro, la fortaleza de los valores morales fundamentales, las relaciones familiares y los ámbitos educativos.
Estos, entre muchos otros aspectos, nos estarían indicando que, tras los efectos de la pandemia, se comenzaron a materializar señales de una deshumanización que podría -según interpretación de especialistas en materia del comportamiento humano- significar un franco desequilibrio psicosomático.
Entendemos que ha llegado el momento que con absoluta seriedad y responsabilidad se comiencen a tomar todas las medidas tendientes a procurar encontrar el fenómeno desequilibrante que ha descompuesto la esencia más profunda de nuestra sociedad.
Recordaban varios mayores -hablando de quienes han transitado más de cinco décadas de vida en comunidad; algunos varias más- que señalaban con profunda nostalgia los años de escolaridad, las vivencias pueblerinas que hacían que todos pertenecieran a una gran familia.
Resaltaban -algunos, con los ojos vidriosos por las lágrimas que pretendían escapar- el profundo significado que tenía la amistad, el respeto por los mayores, la consideración del sexo opuesto. “Eran -dijo uno de los presentes que disfrutaba de la benevolencia de un sol débil- actitudes que nacían en nuestra casa y que reafirmábamos en la escuela, donde la maestra era nuestra ‘segunda mamá’”.
Nosotros no nos apegamos demasiado a ese dicho: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Nos gusta decir fue distinto. Pero este que transitamos, tiene las virtudes de una época diferente, donde la tecnología ha transformado, inclusive, nuestra forma de vida. De alguna manera se han enfriado las relaciones familiares, es bastante común ver a los adolescentes comer observando el celular y alejándose del resto de los que están sentados a la mesa del almuerzo o la cena, sin compartir la hora del encuentro.
Todo tuvo un cambio, creemos que para mejorar nuestra existencia. Tal vez no nos hallamos dado cuenta todavía, que el concepto de vida ha tenido una variable profunda. Abundan los traumas, los desequilibrios, la inestabilidad familiar generada, hoy, por problemas de orden económico que no se han correspondido con una educación que nos haga ponerles límites y ese desborde se traduzca en reacciones, que no podemos explicar.
Las exigencias de una modernidad que nos está llevando por delante, configura parte de esa inestabilidad psicológica que se traduce en reacciones extremas.
Debemos consensuadamente comenzar a reparar el tejido social, como una forma de recuperar los valores olvidados.
Y a esta altura, es un imperativo regresar a nuestros valores y recomponer nuestra convivencia ciudadana. Nos lo reclaman los Lucio, los Joaquines, las Cecilias y Agostinas de la Argentina.



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