Como explicita el conocido refrán popular, el presidente libertario Javier Milei se siente una de las preciadas “joyas de la abuela”. Pasó de ser dudoso ganador a constituir un núcleo al que pretenden sumarse otros sectores de la política nacional.
Pero no todo lo que parece valioso o bueno lo es en realidad.
Las apariencias pueden ser engañosas y lo que luce o resplandece no siempre es de calidad o tiene el verdadero valor que parece.
Venía balanceándose entre dudas y posibles certezas. Los analistas y encuestadores volvieron a equivocarse, marcando indicadores de posibles ganadores que no arrimaron.
Un conocido consultor en un “ataque de sincericidio” manifestó: “Los números que se dan a conocer en las encuestas, son falibles, en tanto nunca se puede saber a ciencia cierta si el entrevistado dice la verdad o la deforma”.
No es la primera vez que esto ocurre y se sigue repitiendo. Hemos sostenido que, más allá de quienes están impulsados por los efectos de responderle positivamente a quienes los contratan, las encuestas son referenciales y depende de innumerables factores, lo que no son explicitados.
El más gravitante no es la cantidad encuestada sino los ámbitos donde se recogen las respuestas. No es igual la Recoleta, Palermo, Balbanera que algún barrio de La Matanza, o de cualquier otro sector del conurbano.
También esas diferencias se hacen muy notorias entre evaluaciones capitalinas y provinciales. La General Paz marca indudablemente límites sustanciales que se evidencian frente a la urnas.
Hechas estas salvedades vamos al fenómeno que se vive en Argentina, donde la actividad política transita por una profunda transformación que pareciera no quiere ser reconocida por quienes desde hace años vienen inmersos en la actividad pública.
Apoltronados, cómodos, los políticos tradicionales creen que pueden retornar a convencer al electorado de la misma manera que lo han venido haciendo e ignoran el cambio.
Tal vez no constituya la transformación que predica Javier Milei, pero existe un factor innegable: La generalidad de la sociedad ya no piensa igual.
Es indiscutible que se ha dejado atrás años de política y manejos diferentes; ni buenos ni malos según quién los evalúe, pero hubo quienes no acompañaron a un mundo que evoluciona constantemente y que hoy, para saber si tiene razón, habla con la Inteligencia Artificial que desprovista de emociones transmite una realidad fría, sin connotaciones de ninguna naturaleza.
La gran pregunta es: ¿Qué hizo Javier Milei?. Se subió a la ola, ayudado por su forma disruptiva, donde los fracasos no existen, solo son estados de ánimo que ayudan a enfrentar las dificultades para alcanzar el éxito.
Su figura criticada por lo excesivamente mundana, de insulto fácil, agresiva, como el mismo mencionó: “muy psicópata” si lo buscan, fue ganando terreno en un target etario muy joven, rebelde por naturaleza, que se sintió representado ante la fragmentación social que se estaba produciendo.
La realidad supera ampliamente al relato cotidiano que ensayan la mayoría de los políticos. La ciudadanía duda de todos, actúa bajo sus propias conclusiones, donde juegan un papel importante su situación personal y familiar.
Ese cambio se está gestando en todos los ámbitos territoriales de la Argentina. Lentamente van cayendo los “caciques” y comienzan aparecer las nuevas generaciones, inexpertas, impetuosas, pero con todo el contenido de la transformación a su alrededor, que lo comprende y desarrolla.
Javier Milei está fraguado en esa metodología: “Si me atacan, ataco”. “Si me psicopatean, me convierto en un psicópata”, y con esa manera violenta, propia de la gestión de la calle y el “sálvese quién pueda”, fue ganando un terreno que estaba desierto.
De farandulesco perteneciente a la televisión, amante de las redes sociales, fanático del streaming sin límites ni bozales, va por su objetivo: consagrarse en el poder absoluto y convertirse en un líder del liberalismo en Latinoamérica. Pero todo tiene un costo, que hasta ahora Milei lo desconoce o ignora.
Para el logro de estos objetivos conformó el “triángulo de hierro”, con una mujer pensante, que actúa con singular dureza: aquello que no sirve a los propósitos del libertario debe apartarse, esa es Karina Milei, y lo completa un asesor nacido de los ámbitos de formación que generó el consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba y que se ha convertido en el “monje negro” del formato libertario, Santiago Caputo.
La euforia del triunfo y una proyección político-partidaria que pareciera concretaría un frente nacional, los está llevando a emprender medidas económicas y regulaciones que estaban en carpeta y no salían esperando resultados electorales.
La alegría de los libertarios no es contagiosa, promueve a pensar: ¿Qué celebran? Parte del país inundado, miles de familias con necesidades básicas y es notoria la ausencia del Estado. Para festejar nada.
Todo tiene precio y hay que temerle a la rebelión de los mansos...
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