En muchas oportunidades utilizamos esta frase para intentar reflejar la frustración que sentimos cuando vemos que seguimos pisando “charcos” y que el barro nos llega hasta las rodillas y no asumimos que aquello que nos pasa es solo por errores nuestros.
Somos proclives a buscar responsabilidades en otros. Así nos enseñaron a lo largo de nuestra existencia -unas más extensas que las otras- pero en todos los casos el “Yo no fui” y la “Culpa es del otro” parecen ser nuestras frases predilectas y con las que procuramos sacarle el cuerpo a nuestras decisiones desacertadas.
Esto ocurre en la política desde hace muchas décadas y nos acostumbramos a quienes, en aras de ganar poder, nos mienten descaradamente o procuran excusas con las cuales ellos son “virginales” que vinieron a salvarnos del avance de los demonios que, hasta ese momento, han venido, en este caso gobernándonos.
Cuando las tapas de los medios nacionales e internacionales reflejan la bajeza humana de quien en algún momento nos arengaba con un discurso destinado a enardecer los ánimos de los oyentes e indicarnos el camino de la moral, la buena conducta, el respeto humano, nos sentimos un poco “estúpidos”, ¿o no?
Un ex primer mandatario que hablaba del respeto hacia la mujer y señalaba como “atroces enfermos mentales, desequilibrados y psicópatas” a quienes atentaban con el sexo femenino, humillando, abusando, golpeando, amparados en un poder inexistente, mostraba un profundo síndrome sicopático.
Esta situación -como otras que se están poniendo de relieve en el presente- entendemos determinarían que no solo habrá que exigir a partir de esta y otras experiencias, como el caso de los abusadores, Espinoza y Alperovich, por nombrar solo algunos que para desempeñarse en cargo públicos deberán no solo mostrar capacidades intelectuales sino estar condicionados psicológicamente para ejercer el poder que les daría el voto, en caso de que la ciudadanía los elija.
Sorprende que la política que propusiera para la primera magistratura del país a quien se desempeñara como Jefe de Gabinete de su esposo Néstor Kirchner y por lógica haber compartido con este persona largo tiempo de acción política y militancia, hoy diga suelta de cuerpo: “Las fotos delatan lo más oscuro de la condición humana”.
Refiriéndose a las gráficas que Fabiola Yañez, esposa de Alberto Fernández, hizo trascender a la prensa y entregara a la Justicia como parte de las pruebas que señalan el resultado de los castigos a los fue sometida por su marido. Son por lo menos llamativas.
La oscuridad y la inmoralidad parecen constituir parte de la “cubierta” que envolvía a un personaje que pretendió manejar el país, aleccionándolo sobre lo bueno y lo malo, mientras puertas adentro, mostraba su verdadera personalidad, hoy aún, pese a las innumerables pruebas que han trascendido sobre su comportamiento familiar, pretende venderle a la sociedad que todo es una mentira, fraguada para vulnerar su ya deteriorada mala imagen.
Este episodio como otros que han trascendido en los últimos meses muestran que los argentinos venimos de error en error. Algunos por conveniencia, porque se prestaban al macabro juego de los malversadores de la moral y otros que se decían fieles seguidores de una ideología aceptando como normal, o de acuerdo a la credibilidad del relato, aquello que hacían sus gobernantes del momento.
De todo se aprende y de los errores cometidos mucho más. Lo importante sería reencontrarnos con las verdaderas bases de la moral y no con la “moralina” que nos vendieron durante años.
Y esto vale para todos. Los cambios que nos vienen prometiendo desde hace casi ocho meses de un gobierno que se dice libertario, con ideas anarcocapitalistas, que pretende imponer el mandato del mercado y abrir las puertas de las libertades más absolutas, sin los adecuados mecanismos de contralor que impidan los excesos, se supone no son prerrogativas gratuitas sino forman parte de estrategias que se armaron ante el fracaso de un extremo y trasladan a la sociedad en su conjunto al otro extremo.
Es el momento de la reflexión procurando alejarla de la contaminación ideológica y hagamos un análisis profundo de quienes nos cuentan un relato y promueven el “haz lo que digo no lo que hago”, para reencauzarnos como sociedad en un ámbito de sana convivencia, donde prime el respeto y la consideración por el otro; piense como piense.
Los errores cometidos nos están demostrando que hace falta racionalidad, el respeto por los tres poderes del Estado y que cada uno en su ámbito tenga las libertades constitucionales que nos hagan reencontrar como Nación.
Sería reflexionar seriamente en crecer y tener futuro. Y para ello, pensar que tenemos que equivocarnos lo menos posible.
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