Nadie pone en tela de juicio los logros que el presidente Javier Milei y su equipo vienen obteniendo en la instrumentación de medidas que reordenen la macroeconomía y procuren que alcance a la microeconomía.
Que la inflación disminuya y halla perforado el piso del 5 por ciento y esté en 3,5 por ciento es un indicador que las variables instrumentadas han dado resultado. Aunque el gran interrogante es cuándo se verá reflejado en los precios, que siguen aumentando distanciándose más de los ingresos de la ciudadanía. Es una realidad parcial.
La disminución del Riesgo país es un mensaje positivo para quienes han realizado inversiones y fundamentalmente para aquellos que están observando el comportamiento de los mercados para decir si Argentina se vuelve un país creíble en el que se puedan hacer diferencias económicas.
Esto es realidad, pero también lo es la otra cara de la sociedad, que ve cómo aumentan los índices de desempleo, pobreza e indigencia. Para el común de los argentinos la única economía que se entiende es la del bolsillo y se está volviendo imposible entender el entusiasmo gubernamental sin tener en cuenta el anuncio de que hay 6 millones de chicos que no comen adecuadamente.
Esto como el síntoma más relevante. Pero ven cómo los jubilados no alcanzan a cubrir la canasta básica alimentaria. Que distintos sectores del trabajo, la docencia, profesionales de la salud, la industria, el comercio, reclama porque no llega a fin de mes y que sus ingresos los obligaron a recortes esenciales en el marco de sus vidas.
Todo señala aquella frase “vamos bien pero estamos peor”, como una contundente verdad incontrastable, que marca la diferencia entre lo que se celebra y el cómo se sostiene el ciudadano de a pie.
Javier Milei acomete verbal y materialmente contra todo aquello que procura decirle que está mal, sin darle trascendencia a los que trabajan -si todavía tienen esa suerte- cuando reclaman que su mes se achicó a quince días. Que el programa que tenía para que sus hijos lleguen a los niveles universitarios para formarse y armar su futuro, se aleja cada vez más.
Que se llenan los basurales de familias que acuden con sus hijos en la más misérrima miseria, para ver si escarbando encuentran algo que comer o que les sirva para, acomodándolo, puedan ponerse.
Resulta difícil para aquellos que miramos la economía porque la sufrimos, pero la entendemos muy poco, comprender que el libre mercado para instrumentarse requiere ignorar la pobreza de una gran parte que está alejada de los posibles recursos de alcanzar eficiencia laboral, profesional, industrial, comercial, entre otras actividades que han permitido la formación de las PyMEs como una salida de la microeconomía.
Esa libertad que pregona el presidente libertario, con su operativa anarcocapitalista, donde se promueve la menor participación del Estado en la conformación del tejido social, genera que un segmento de la sociedad que estaba sumergido, que puebla las “villas miserias” y asentamientos precarios, se aleja de los recursos necesarios para sobrevivir.
Esta situación que Argentina la vive con inusual contundencia, le ha abierto la puerta al sometimiento de los más necesitados al narcotráfico, a la gestión prostituyente de los más jóvenes, en síntesis se ha generado una decadencia moral de proporciones que, se supone, resultará extremadamente dificultoso recuperarla con el enorme contrapeso de casi cuatro generaciones que se vislumbran sin posibilidades de lograr salir de su actual situación.
Engañarse con el hito que han mostrado indicadores de la economía del mercado, nos coloca a la mayoría de los argentinos fuera de la certeza real que transitamos el camino de la mejoría, que pretende el staff gubernamental.
Todos estos factores que algunos celebran se contraponen con las encuestas que -más allá de considerarlas “falibles”- están señalando que se terminó para el gobierno el tiempo que parte de la ciudadanía le otorgó, para vislumbrar el cambio y transitar hacia lo positivo.
Varias; entre ellas la del consultor Jorge Giacobbe, quien en su momento predijo el derrumbe del gobierno del Frente de Todos y el surgimiento de ese fenómeno impresionante que se llamó Javier Milei, esta semana difundió que la imagen positiva de Milei cae por cuarto mes consecutivo.
Este análisis marca también la caída de las imágenes de Patricia Bullrich, Victoria Villarruel y Karina Milei. Todos están entre 40 y 42 puntos de aprobación y, cómodamente, con un nivel de rechazo mayor al de aprobación.
Con este indicador han coincidido un grupo de conocidos y prestigiosos consultores-encuestadores que remarcan una realidad que es fácilmente advertible en la calle de cualquier ciudad del territorio nacional.
La ausencia de una sólida oposición que proponga nombres nuevos, dejando atrás a los que han sido reprobados por más del 56,7 por ciento de la población, es el factor que mantiene la vigencia de Javier Milei con determinada solidez.
Pero esa esperanza y confianza en que se producirá el cambio no es eterno. Ya mucha parte de quienes fueron sus votantes manifiestan su preocupación por lo que acontece y ante la ausencia de atisbos recuperadores.
La realidad ya se impone a cualquier relato. Los tiempos se acortan, la influencia de Milei también.
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