JUEVES 18 de Abril de 2024
 
 
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La ceremonia real

Acabamos de ver por la T.V. los festejos de coronación del rey Carlos III y de su esposa Camila, reina consorte del Reino Unido. Tanta pompa y tanto despliegue y sobre todo tanta devoción de los súbditos nos dejan absortos a los argentinos, divorciados de la monarquía desde que España se declarara vencida en América.

¡Qué difícil es comprender culturas y actitudes disímiles cuando vivimos tan lejos de ellas en la geografía, en tradiciones y espíritu...!
Sin embargo, desde esta democracia imperfecta, sería sano aceptar los sentimientos de quienes nacieron y crecieron tras las sombras soberanas de sus monarcas. Sobre todo cuando como en el caso de los ingleses la realeza surgió con la autoproclamación hace 1.145 años de Alfredo el Grande, rey de Wessex. De manera que esta monarquía lleva casi doce siglos de historia y tuvo un tiempo infinito para anidar en los corazones de su gente.
Después de todo, recordemos que los máximos prohombres de nuestra emancipación (San Martín, Belgrano, Güemes) barajaron en algún momento la posibilidad de proclamar aquí una monarquía constitucional incaica. 
Podríamos preguntarnos, ya que estamos, cómo nos hubiera ido de triunfar aquella propuesta, y de haber sido así, si la pasaríamos ahora los argentinos mejor o peor de lo que la pasamos. 
Pero continúo con mi crónica: Debo admitir a esta altura que quizás juzgo con cierta benevolencia a Carlitos y les diré por qué: El ayer príncipe de Gales y ahora soberano del Reino Unido, nació como yo un 14 de noviembre. 
Y no terminan allí las coincidencias. Varios de mis amigos opinan que nos parecemos, no por el color de nuestras sangres, sino por nuestras respectivas pintas de boludos.
La mayor diferencia entre nosotros es que mientras Carlitos nacía en Londres y más precisamente en el Palacio de Buckingham yo había surgido cuatro años antes en Carlos Tejedor y más precisamente en el barrio ferroviario. Él fue hijo de la reina madre y yo de mi pobre vieja.
Y hablando de mi vieja tengo con ella una cuenta pendiente que a veces no me deja dormir: por alguna razón que ahora ni recuerdo, no asistí a la ceremonia de su coronación, es decir a su casamiento, en la que por supuesto no abundaron pompas, suntuosidades ni ostentaciones.
No fue aquella una ceremonia real, pero fue realmente una ceremonia a nuestro estilo... 
A su coronación como esposa, celebrada en Castex, no asistieron los reyes Guillermo y Máxima de Holanda, ni los príncipes de Noruega y Dinamarca, ni el príncipe heredero Fumihito y la princesa Kiko de Japón, ni el príncipe Alberto II y la princesa Charlene de Mónaco ni el rey Abdullah II y la reina Rania de Jordania. Tampoco los presidentes de otros países y ni siquiera se apareció el Cucú que ahora vemos en la plaza.
Pero sí estuvieron la abuela Concepción, las comadres de la abuela, la curandera de la familia, nuestros tíos y algunos vecinos. Como no teníamos carruaje dorados tirado por seis caballos engalanados, los viejos llegaron y se volvieron de la iglesia en sulky.


Por Hugo Ferrari - Especial para LA REFORMA
 

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