LUNES 02 de Diciembre de 2024
 
 
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Hacer política a los empujones...

Alguien podría decir, y tendría sus razones, siempre fue así, entendiendo a la política como una herramienta para alcanzar poder y riqueza, en ese orden.

Otros -por suerte una importante mayoría- mantienen una actitud de plena dignidad, respetan las diferencias ideológicas, entendiendo que es parte del quehacer humano y en el marco de esa formación, saben que solo el trabajo propio, la capacidad y profesionalidad son hilos conductores para lograr respetabilidad sin tener que estar ocultando aquello que han logrado.

Lo lamentable que está sucediendo -no solo en Argentina- sino en gran parte del mundo, donde se registran las luchas por el poder, es que nadie tiene reglas ni se maneja de acuerdo a los dictados de la buena conducta.

La respetabilidad ha pasado a ser una “palabreja” denostada, vituperada, bastardeada por una formación social inestable, que solo arbitra los mecanismos que la conducen a los puestos de mando.

El presidente liberal-anarcocapitalista Javier Milei, que se siente afuera de esos cuadros, los denomina “casta corrupta” y su discurso estuvo centrado en señalarse que un “apolítico” como él, venía a liberar a los argentinos de quienes habían usufructuado una sociedad que se educó en estados que se decían democráticos y que, al amparo de sus contenidos, generaron pobreza e indigencia, dos grados que marcaban la decadencia del país en lo social y económico.

Hubo quienes creyeron; aún mantienen esa consideración hacia quien les dijo soy “El salvador”. Soy un “mesías” y basado en esos fundamentos se sintió un “líder” de una ideología, “el liberalismo”, entendiendo que todos los argentinos debían adoptarla.

Hasta estas alternativas podríamos aceptar la postura del presidente. Podemos disimular su “pasión” por los perros a los que llama “sus hijos”. Admitir que sienta devoción por la la creencia religiosa de los Israelitas. Sentirse único en el mundo y futuro conductor de un liberalismo que viene como el menciona “empujado por las fuerzas del cielo”.

Todo podríamos, si no aceptarlo, entender que es Milei y sus circunstancias. Hasta allí, “cada uno con su cada uno”, como decía Minguito Tinguitela.

Pero pretender llevar por la fuerza de sus propias conclusiones a todos los argentinos, considerando a quienes no compartan esos “idealismos mesiánicos” como enemigos a los que hay que barrer; estamos entrando en un terreno con enormes dificultades, donde lo normal sería que la ciudadanía, piense como piense, transite con tranquilidad, pensando que puede recuperarse y tener futuro para sí mismo y su familia.

O estás conmigo o te constituís en mi enemigo. Por qué no pensar que ni lo uno ni lo otro. Cada quien integrando la comunidad con lo suyo. Se puede o no compartir, pero de ese aspecto a convertirlo en alguien a quien tengo que borrar del mapa porque se equivocó o piensa diferente es estar con una sintonía desajustada, que nada bueno o provechoso puede deparar.

Javier Milei está inculcando a sus seguidores, fundamentalmente al target más joven, muy politizado en este último tiempo, dado que se sintió identificado con alguien que no venía de la política nacional, que profería insultos a diestra y siniestra, que muestra una rebeldía contagiosa en la gente muy joven, que hace entrevistas con una dama con quien comparte una relación personal, no como presidente, y se prende a los besos y mimos, entre denostaciones y criticas políticas, nos coloca en un mundo raro, difícil y controvertido, que una parte de la sociedad no comparte.

Javier Milei ha logrado -mal que le pese a muchos- producir un cambio. Había un clima de violencia ciudadana, hoy hay más, y en muchos casos irrefrenable. Su constante prédica a quienes considera “casta” se ha constituido en un estigma para quienes han sido señalados y, en muchos casos, parte de los habitantes se lo han demostrado.

Se observa que el presidente usó a la “odiosa casta” para lograr sus objetivos. Primero los insulta, los agrede de diversas maneras y luego los invita con un asadito o, como ahora, procura endulzar a los más díscolos con acuerdos de dudosa utilidad, porque como él bien dice: “plata no hay, si quieren tomen un pedazo de ruta, algún inmueble ocioso que al Estado Nacional le causa pérdidas”.

Cabe pensar que pretende trasladar el lastre y que las provincias, ajustadas y al límite de sus posibilidades, se hagan cargo.

Dudas, incertidumbre, inestabilidad socioeconómica, son parte de un escenario que muestra a una Argentina, que lucha por sobrevivir a las contingencias políticas que están en danza.

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