Es un síndrome de muchos años, buscar en el sector periodístico el motivo de todos los males que pueden suceder. Acusados, vilipendiados, víctimas de utilizar el mecanismo de informar como una herramienta, que les otorga poder.
No todos pero, una enorme mayoría con más o menos inteligencia, hizo uso de los medios para imponer ideologías, provocar que compartan sus ideas y crean a pie juntillas -la ciudadanía o parte de ella- que ellos tienen la verdad.
Nadie se encarga de aclarar que es “su forma de ver las cosas. Aquello que sucede a diario”; juicios que se pueden, o no, compartir pero que según el medio que las difunda tienen mayor o menor credibilidad.
Esto pasa desde que el mundo es mundo y se vió la necesidad de comunicarse, conocerse e integrarse. La información genuina, la real, fue usada por quienes vieron en ella el contenido de una forma de poder.
Es allí cuando, aprovechando las debilidades humanas, fueron uno de los sectores de la sociedad, las diferentes clases políticas, entre otras, que comenzaron a utilizarlos buscando, en su influencia social, encontrar cómo convencer a comunidades que se mostraban remisas a creer en aquello que elaboraran quienes procuraban alcanzar mandos.
En otro escenario se mostraban los que hacían de su profesión un respaldo moral para sus acciones periodísticas. No comprables, no sujetos a influencias políticas y o sociales de algún tipo, decían lo que pensaban, porque esa es su realidad y su verdad.
Todo esto se ve claramente en un acontecer político diferente, que de ninguna manera acepta que alguien piense diferente y procuran por el lado de la mayor influencia, afectar su futuro o condicionarlo por no aceptar calladamente que son “libres mentalmente”, equivocados o no.
Esto viene a cuenta en razón de las prédicas del presidente libertario Javier Milei, que tiene sus periodistas -y esto es cosas de ellos- para pretender combatir desde cualquier lugar a quienes piensen, obren y digan lo contrario al mileismo.
Para ello está rodeado de sus seguidores más desaprensivos, pertenecientes al grupo de los trolls, para amenazar, pedir prisión para los “insurrectos” y generar un espacio de violencia que de no pararse puede terminar en tener algún inocente muerto.
Esto ya lo vivimos y está en el recuerdo de todos, la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas, asesinado por ser consecuente con su labor periodística de obtener fotografías.
Reflejan los escritos judiciales que: José Luis Cabezas, fotógrafo de la revista Noticias, fue secuestrado y asesinado el 25 de enero de 1997 en Pinamar. Su crimen fue brutal, su cuerpo fue encontrado incinerado en su auto con varios disparos.
Todo hace suponer que fue asesinado por haber publicado una fotografía de Alfredo Yabrán, un empresario vinculado con el gobierno de Carlos Menem.
Hay que recordar y es bueno ejercitar la memoria, cuando trascendían las expresiones del empresario señalando que quien lo fotografiara se jugaba su “cabeza” y eso sucedió.
La violencia tiene muchos carriles, este fue uno. Pero siempre existieron métodos y estrategias para hacer callar las bocas de quienes no compartían determinadas acciones.
Los cruces entre Milei y los periodistas no son nuevos. Las agresiones y acusaciones del Presidente escalaron tras el violento episodio que protagonizó Santiago Caputo con un fotógrafo de Tiempo Argentino. Tanto el presidente como su “guardia pretoriana”, como ellos se denominan, usaron sus redes sociales para defender al asesor presidencial.
El propio Milei hizo un largo descargo en X que cerró con “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.
Daniel Parisini, el “Gordo Dan”, tuitero, con un grupo de trolls a su mando, hombre del asesor presidencial -sin cargo- Santiago Caputo, es el encargado de llevar a cabo la campaña de ir sacando del medio a los periodistas molestos. Los primeros apuntados fueron Baby Etchecopar y Gabriel Levinas.
El pedido: “Javier, porque no los metés presos por decreto, como hizo Alfonsín”, fue uno de los aspectos que colmó el vaso, entendiéndose que ese reclamo contiene, en forma intrínseca una velada amenaza y es apertura de un gesto violento que puede tener derivaciones inesperadas en quienes se sienten los “liberadores” de los enemigos.
La presión se siente y Javier Milei tiene un sentido claro de la oportunidad para dejar caer los insultos, mostrar su desagrado hacia determinadas personas o profesiones y deja abierta la puerta para que se generen esos espacios virulentos que no se terminan con solo manifestaciones de solidaridad.
Es un tema grave, al que debe prestársele atención en el marco de un análisis: jurídico-social, atento a las derivaciones que de estas situaciones pueden surgir.
Puede o no compartir aquello que dice el periodista, la solución no es odiar, encarcelar o eliminar, hay que aprender a convivir en el mercado de las diferencias humanas.
Vale la pena prestarle atención; aún se está a tiempo de evitar males mayores.
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