Desde su ingreso al país, en la primera década del siglo 20, cuando Pedro Luro lo trajo desde Francia a la provincia de La Pampa para constituir un coto de caza, la amenaza del jabalí siempre ha estado latente.
Ese peligro se convirtió en realidad cuando la población se escapó del lugar y comenzó a expandirse por todo el país.
A pesar de las buenas intenciones iniciales que fundamentaron su ingreso, la especie se convirtió en invasora y sus problemas se multiplicaron a tal punto que en la actualidad se ha convertido en una verdadera plaga para la producción agropecuaria y para el ecosistema de fauna autóctona del país.
Para Carlos Kubach, docente de la Facultad de Ciencias Agropecuarias en producción no tradicionales de la Universidad Nacional de Córdoba (FCA-UNC), la presencia del jabalí en Argentina se ha convertido en una verdadera catástrofe ambiental.
De manera categórica, el docente del área de consolidación de Gestión Ambiental y Producción Sostenible de la FCA-UNC afirma que todo lo exótico es malo para la provincia y el jabalí, en particular, representa un problema muy serio.
Sostiene que la problemática del jabalí es crítica en la provincia, debido a la falta de control natural, su alta capacidad reproductiva, y una legislación inadecuada que lo protege en lugar de combatirlo, generando daños ambientales y económicos de magnitud.
Si bien no hay estadística sobre la población, debido a su falta de control, se estima que en la provincia podría haber cerca de 600 mil ejemplares, aunque la cifra tampoco es precisa.
La proliferación del jabalí ha encontrado en la provincia las condiciones ideales para su desarrollo.
Espacio: tienen montañas, montes, salitrales, pastizales; todos los ambientes necesarios para estar cómodos.
Comida: miles de hectáreas de maíz proveen alimento todo el año.
Falta de depredadores: los naturales del jabalí son el oso, el tigre y las jaurías de lobos, especies que no existen en la provincia.



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