LUNES 15 de Diciembre de 2025
 
 
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Diferencias conceptuales

La diferenciación conceptual es un estilo cognitivo, término usado en psicología. Las personas nos diferenciamos por el grado en que percibimos diferencias o semejanzas entre los objetos.

Es importante que comencemos a comprender dónde estamos parados en el concierto internacional, pero mucho más en el entorno de los países sudamericanos, en relación al concepto Estado, su trascendencia o no, según quién opine sobre el destino de las sociedades.

La diferencia conceptual que se evidencia entre el pensamiento y la realidad que vive y pretende viva la sociedad argentina, según sostiene el presidente Javier Milei, entraña una serie muy compleja de actividades mentales, donde lo ideológico se mezcla con la formación intelectual y que dan lugar a la diferencia como un concepto clave de filosofía, “que denota el proceso o conjunto de propiedades mediante el cual una entidad se distingue de otra dentro de un campo o un sistema conceptual dado. En el sistema filosófico occidental, la diferencia se ve tradicionalmente como opuesta a la identidad”.

En la reciente exposición que el titular del Poder Ejecutivo Nacional hizo en la Fundación Libertad, donde además también expuso el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, se pusieron en evidencia dos posicionamientos político-social y económico, que marcan claramente que transitamos por andariveles muy diferentes.

Para el mandatario de la vecina orilla resulta difícil considerar vivir en una situación de agobio generada en la destrucción del poder adquisitivo, ante eso dijo: “Qué difícil gozar de la libertad si se vive en un rancho, si mis hijos no estudian y no hay una luz al final del camino para esforzarse”.

Pero, además, remarcó que se necesita un “Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”. Esta expresión tiene un alcance social-económico y financiero de una dimensión que abarca todo lo que requiere una ciudadanía para poder desarrollarse y crecer.

Diferencia sustancial con el paradigma fijado por el mileismo, donde el Estado es el responsable, junto a la “casta”, de todos nuestros males, conceptos emergentes de un alto contenido ideológico, donde se confunde un tipo de liberalismo mezclado con el anarcocapitalismo.

Otro de los conceptos de Lacalle Pou, que marca la necesidad que tienen las sociedades de contar con un respaldo, fue: “Un Estado fuerte no quiere decir un Estado grande. Es más: para que sea fuerte seguramente no tenga que tener mucha dimensión”, aseguró en referencia a que deben haber “instituciones fuertes” -con separación de poderes- y una “democracia fuerte”.

En total coincidencia con lo que hemos venido sosteniendo desde esta columna. El Estado no es el causante de todos los males, sino que quienes lo sobredimensionaron por ambiciones de poder, son los causantes de su deterioro.

Pero sin ese Estado es imposible darle continuidad y fortalecimiento al crecimiento de una sociedad que pretende vivir en Democracia, ejerciendo sus derechos y cumpliendo con sus obligaciones.

Recomponerlo, darle funcionalidad acorde a las necesidades de la ciudadanía que cobija; hacerlo eficiente, respaldar la iniciativa privada y el mercado libre, pero con el correspondiente control del Estado es una de las consignas que nos permite pensar en crecer y tener futuro para nuestros hijos.

Es difícil extrapolar experiencias del funcionamiento estatal, cada sociedad forma sus propias estructuras y responde a lineamientos internos que hacen a su capacidad productiva, económica, educativa, financiera, en un proyecto de alcanzar una Democracia que debe tener personalidad e identidad propia.

La disertación del presidente argentino apareció como una manera de tomarse “revancha” de los contratiempos que sufre el gobierno en distintas situaciones que se van produciendo.

Tuvo gestos contundentes, con afirmaciones categóricas sobre los objetivos que persigue su gobierno. A nuestro juicio deslució este capítulo ilustrativo con expresiones que le son propias, pero inadecuadas para la figura presidencial.

Volvió a mostrar gestos de irritabilidad y, según sus propias expresiones, tenía otras, pero en aras de no profundizar enfrentamientos prefirió omitirlas. Llamó héroes y sobresalientes a varios de sus funcionarios presentes, elogios que no estaban relacionados con sus reflexiones politico-económicas, dado que, en el mejor de los casos, sólo cumplen con las responsabilidades inherentes a sus funciones.

Por otra parte, el “círculo rojo” los juzga no como los “Messi” del equipo gubernamental, sino como “fusibles” que saltan cuando no cumplen con lo determinado por el dúo “mileiano”. Claros ejemplos se dieron en los que se equivocaron y la decisión fue: ¡¡¡FUERA!!!

Seguimos transitando un camino que resulta difícil de entender, fundamentalmente cuando la desvalorización del otro, el ataque y la ridiculización de quienes piensan diferente son parte del discurso presidencial.

Nada de esto indica que un sector de la sociedad que lo sigue responda a los que no coinciden con el pensamiento libertario de forma humillante, sin tener en cuenta que uno de los valores de la Democracia es ser intérprete de la diversidad de pensamiento.

Seguimos erráticamente sin conformar un sistema político que brinde solidez y augure el futuro que proclama con el cambio.

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