MARTES 22 de Abril de 2025
 
 
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Cuando los grandes pelean, pierden los más chicos...

La realidad, al margen de la ficción que puede elaborar cualquier relato, venga de donde venga, señala que el mundo está en un límite de grandes conflictos que, en este caso, han comenzado por lo comercial, pero que en el fondo entrañan el objetivo de lograr supremacías y liderazgos.

En este entredicho que hoy mantienen los EEUU de Donald Trump y la China de Xi Jinping, están procurando alcanzar hegemonías mundiales, frente al retroceso natural que han tenido otras potencias, por caso Rusia, envuelta en un litigio beligerante contra Ucrania que lo compromete en decisiones de otra naturaleza. 

Estas luchas que podrían derivar en situaciones mucho más riesgosas para el mundo de hoy, se generan por las ambiciones personales de poder que ostentan quienes -en la oportunidad- están gobernando. 

Donald Trump, un empresario sagaz, que se convirtió en un poderoso enriquecido hombre de negocios, hoy ostenta la presidencia de uno de los primeros países del orbe y ha prometido recuperar el poder central en el primer mundo, merced a poder alcanzar económicamente sectores que, por conveniencias de orden financiero, buscaron donde podían desarrollarse industrialmente con mayores ganancias.

Eso llevó a que poderosas empresas industrializadoras que nacieron en los Estados Unidos, buscaran ámbitos como India, China, Japón, Tailandia, países de la UE, para asentar sus emprendimientos fabriles y desde allí surtir sus productos al mundo a un costo competitivo dadas las mejores condiciones internas de carácter impositivo, además de menor costo en lo laboral.

Naturalmente ese desprendimiento fabril, en alguna medida, conspiró con el crecimiento que pretendía norteamérica y, bajo varias presidencias fue admitido, pese a los costos que esa transformación les producía internamente.

Donald Trump, líder republicano, basó su campaña presidencial en la competencia con Biden, en recuperar “la era de oro” productiva para los EEUU. La estrategia fue contundente, logró una clara victoria y mostrando la bandera del triunfo reafirmó su deseo de reconvertir la economía estadounidense y llevarla a ser la primera en el mundo.

A concretar esta tarea le da letra el multimillonario titular de un emporio tecnológico que está intentando asentarse en todo el mundo, Elon Musk. La labor emprendida se suponía difícil y que entrañaría una serie de conflictos internacionales, generados por la decisión de comenzar a cobrar aranceles discriminados en los países con las cuales hasta ahora comercializaba Estados Unidos.

Evidentemente ese mecanismo producía pérdidas importantes por las diferencias financieras que se producían en los acuerdos logrados para ingresar mercadería, de plantas fabriles norteamericanas pero asentadas en paraísos impositivos con recursos laborales accesibles.

Pretender que empresas que tienen radicadas sus emprendimientos fabriles fuera de los EEUU, pero le vendan sus producciones, son pasibles de este arancelamiento diferenciado, apuntando -fundamentalmente- a China, hoy por hoy uno de los mercados exportadores más importantes del mundo.

El primer efecto resultó negativo por la reacción de los mercados que, desconcertados, tuvieron pérdidas multimillonarias, situación que obligó a Trump a plantear que analizaría los planteos realizados. No así con China, donde redobló la apuesta y subió el arancel llevándolo al 125 por ciento para todos los productos chinos que ingresen a territorio norteamericano.

Las reacciones no se hicieron esperar y eso señaló al presidente republicano la necesidad de un replanteo. El formal pedido fue de Wall Street, determinando Trump suspender los aranceles por 90 días. Esto se generó por el derrumbe de ese importante mercado y las críticas de los billonarios, pero simultáneamente procuró equilibrar la balanza ajustando otro arancel al país asiático.

Esta “marcha atrás” pone en evidencia que el presidente republicano está utilizando el mecanismo del “Vieron yo puedo, bajo y subo cuando quiero”, como una demostración que el manejo del sistema financiero mundial depende de los EEUU.

Sin lugar a dudas que tras esta estrategia se esconden otros objetivos basados en la reconstrucción de una economía -la estadounidense- que había comenzado a deteriorarse, en razón del costo de producción interno y ventajas que ofrecía a quienes se erigían como sus grandes competidores.

En este juego, más allá de los contenidos del relato, no hay lugar para países emergentes, quienes tienen para ofrecer su rango productivo, pero están muy por debajo del poder que ostentan las grandes potencias del primer mundo, que está creando sus propios líderes y generando estructuras de enorme incidencia en el mundo occidental.

El velo que de alguna manera deformaba la realidad de la incidencia de Javier Milei, como el personaje disruptivo, que dictaba conferencias en las que orientaba las nuevas formas de gobiernos liberales en el mundo, ha comenzado a correrse y pone en evidencia que no hay lugar para el relato, cuando las circunstancias reales se imponen en un mundo muy competitivo en el cual Argentina -por ahora- no está considerado.

Es posible que estos factores externos, más los quebrantos internos traigan al gobierno mileista a vivir un presente difícil y conflictivo, que les señale la necesidad de aceptar que el país solo se recupera si hay esfuerzos asociados. 

No hay enemigos, solo quienes piensan diferente.
 

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