Es evidente que el presidente Javier Milei esta decidido a seguir los ejemplos que logra rescatar de las acciones que está realizando el presidente Donald Trump, quién ha emprendido una batalla contra los inmigrantes ilegales y sellará todos los ingresos clandestinos por donde se han filtrado no solo mexicanos, sino otras etnias diferentes que buscaban fuentes de trabajo.
El tema es por demás conflictivo y ya son muchas las voces que se escuchan manifestando los inconvenientes que podría soportar el pueblo norteamericano que se resiste a realizar tareas que considera inadecuadas para ellos.
Un problema cultural, ninguna duda cabe, que no solo sucede a norteamérica sino que gran parte de Europa abastece sus labores domésticas, de limpieza, servicios de atención al público con la presencia de ciudadanos de diferentes países, quienes por otra parte son sometidos a menores remuneraciones que al genuino local.
Donald Trump, en algunos de sus discursos, pre y post campaña habló de la “etapa de oro” para el crecimiento de los EE UU y el proyecto de colocarlo a la cabeza del primer mundo.
Javier MIlei se está sumando a ésta cruzada, con muchísimos menos recursos, menor poder ciudadano y olvidando que esta presidiendo un país recientemente ascendido a la categoría de emergente, que nos ubica como un Estado que se encuentra en transición hacia una economía de libre mercado y que tiene un gran potencial de crecimiento económico.
Hasta allí sería explicable que pretenda emular al poderío de los poderosos con los cuales hoy pretende constituir el soporte de un cambio fundamental sustentado en el pleno liberalismo-conservadurismo, con sesgos anarcocapitalistas.
Los posicionamientos de Trump y Milei no parecieran transitar por los mismos carriles, dado que el presidente norteamericano pretende un gobierno fuerte, consolidado, necesitado por otra parte del mundo y para ese logro necesita tener una enorme fortaleza del Estado gobernante.
Javier Milei, por el contrario, quiere el libre mercado, superávit fiscal, déficit cero y achicar el Estado a su mínima expresión. Diferencias sustanciales con el planteo “Trumpista”, “Si quieren beneficios arancelarios -les dijo a las grandes empresas- tienen que venir a poner sus fábricas en este país”.
Si Milei achica el Estado, requiere la vigencia plena de un libre mercadismo, donde no existe condicionamiento alguno atento a que libera todas las trabas para la importación y sostiene -por ahora- algún régimen de retenciones en lo exportable; fundamentalmente en productos agropecuarios y materia prima.
La realidad nos indica con absoluta claridad que si no existe el plan “B” que esta en la manga de Sturzengger y que comparte Milei, en su cruzada libertaria, estamos en las puertas de abandonar la producción industrial y PyMEs en la medida que se transforme la importación en una puerta abierta, a menores costos, que surtirá la plaza en una competencia muy desigual con la producción local.
Para el líder norteamericano, si bien no todo será fácil, los caminos emprendidos tienen otros respaldos que le aseguran reformular financieramente el sistema industrial, empresario, agropecuario y tecnológico que hoy son puntales de una de las economías más sólidas del mundo.
En razón de estas circunstancias es que resulta difícil de interpretar adecuadamente la planificación libertaria. Si esta claro que no se apartarán de las normativas elaboradas por las regulaciones y reformulación estatal que propuso Federico Sturzenegger y acepto Javier Milei, pero no imitar las acciones de los EE UU en lo que se refiere a su economía interna.
Sin lugar a dudas se transita por una línea muy fina que nos separa del precipicio y de encontrarnos con una nueva frustración. Hoy con muchas trabas para recuperar lo perdido, nos referimos a cupos de empleos, levantar los niveles de pobreza y comenzar a recuperar una clase media totalmente destruida. Recomponer la indigencia, con un sistema educativo, formativo y laboral que permita salvar las nuevas generaciones, hoy frustradas en sus aspiraciones de salir del estado en el que se encuentran.
Por estas alternativas es que hablamos de buenos y malos ejemplos, porque la ponderación debería estar acotada por la prudencia y sensatez, dejando de lado el sesgo autoritario, que, dadas las situaciones que diferencian ambos países, estamos lejos de compararnos.
Pero ese parece el camino elegido y observado sin pasionismo ni connotaciones ideológicas se supone nos conduce a un nuevo fracaso.
Mirarnos en ejemplos del pasado, sería una señal inteligente para no reiterar los mismos errores, aunque sea desde una óptica política diferente.
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