En reiteradas oportunidades hemos dado tratamiento y expuesto el germen de la violencia que subyace en nuestra sociedad y que está provocando escenarios brutales en todos los niveles del tejido social.
También hemos referenciado que estas reacciones se han acrecentado a partir de los excesos que se han venido observando de parte de quienes están obligados a constituirse en ejemplos para la comunidad.
Ratificando esa visión, que para nada tiene connotaciones políticas, sino que responde a sucesos que se repiten, algunos con lesionados graves en establecimientos educacionales, en la vía pública, en el desarrollo de diferentes actividades deportivas, van generando que una gran parte de la ciudadanía salga a la calle predispuesta mentalmente para la reacción violenta, transformando una forma de vida que debería estar establecida en el respeto y la consideración hacia el otro, en “yo tengo la razón y la fuerza”.
Las escuelas se han convertido en “campos de batalla”, en los cuales dirimen supremacías o diferencias, tanto en varones como mujeres.
Las crónicas periodísticas las reflejan y advierten que, esa ola de agresividad en muchas oportunidades se traslada a los progenitores y está mostrando la difícil transición que está sufriendo la sociedad.
La batalla campal de la celebración del “último, último día” un festejo que señala la culminación de un ciclo educativo, provocó heridos de consideración, algunos hospitalizados y la intervención policial para dispersar a los “violentos”.
También caen en la volteada los ataques a comunicadores periodísticos, tanto a mujeres como a hombres. Actitudes negativas que se extienden a economistas, políticos opositores, gobernadores, científicos, en líneas generales, a quienes piensen u obren diferente.
Siempre se ha sostenido que la violencia genera violencia y este síndrome se percibe cada vez con mayor contundencia social.
El aumento de los hechos agresivos, especialmente los que se registran en los centros de enseñanza, tema que preocupa y mucho a las autoridades educativas en general, es parte de los daños colaterales que se van materializando, como una grave enfermedad contagiosa de desequilibrio emocional.
Se ha llegado al extremo de tener que poner seguridad policial para controlar algunos establecimientos educativos, ante la proliferación y gravedad de algunos hechos que han trascendido, y que ocurren puertas adentro y fuera de los colegios.
Nada es casualidad, sino que existen causales reales que van armando un entretejido social diferente que, en parte, pretende imitar aquello que casi a diario se hizo durante los últimos meses.
Los sucesos van armando un escenario que no parece sea el mejor para lograr la paz interior y facilitar una normal convivencia ciudadana.
También es un signo de belicosidad manifiesta, los sucesos denunciados por altas fuentes de la Casa de Gobierno, acusando a la vicepresidenta Victoria Villarruel de intentar impedir que ingresaran a la jura de los 23 senadores, la Secretaria General de Presidencia, Karina Milei y el Jefe de Gabinete, Manuel Adorni. Eso también es una forma de violencia explícita.
Naturalmente, desde el sector “villarruelista” negaron enfáticamente que se hubieran dispuesto cierres para impedir el ingreso de las autoridades de la Rosada. Eso es virulencia política y de alto voltaje.
Ahora el presidente y otros personajes afectados por aquello que consideran agravios, denostaciones que afectan moralmente a los destinatarios, acuden al Poder Judicial para que los Jueces y/o fiscales tomen cartas en el tema y sancionen -si corresponde- a quienes han vulnerado principios básicos de coexistencia.
Ese mismo gesto es el que reclama una parte de la sociedad que no comparte el clima de beligerancia que se vive y en el que se desenvuelven sus hijos.
Es evidente que algo hay que hacer, y medidas deben instrumentarse para evitar que se haga justicia por mano propia cuando existen canales orgánicos que pueden interceder cuando no existen coincidencias.
Tomado a tiempo puede ser solucionable. Dejarlo como nuevas formas de tratamiento social puede resultar altamente perjudicial para el futuro de un país que viene siendo castigado por diferentes factores que han roto el vínculo familiar y donde prima el “sálvese quien pueda”.
Los malos ejemplos cunden y nadie puede asegurar cómo terminan.
Veamos el presente y reaccionemos.



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