VIERNES 07 de Febrero de 2025
 
 
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Está ocurriendo lo esperable...

En diversas entregas hicimos mención que el exponencial crecimiento de la delincuencia en las calles, en diversas formas de actuar y proceder, de no tomarse medidas adecuadas, sería un factor conducente a que los propios ciudadanos opten por cuidar sus pertenencias, vidas y las de sus familiares.

La violencia callejera -hoy una habitualidad- comenzó a mezclarse peligrosamente, con la acción de una actividad delincuencial que utiliza todos los mecanismos para cometer actos ilícitos.

Arrebatos, salideras, las acciones de los motochorros, el robo piraña, la acción sorpresiva a automovilistas que llegan o salen de sus domicilios, el robo domiciliario, la proliferación de las “mecheras”, el robo sorpresa en comercios diversos, entre muchas otras prácticas que primero golpearon la puerta anunciando su llegada, pero hoy conviven con nosotros.

Los anuncios grandilocuentes de la ministra de Seguridad Bullrich, o los responsables de la seguridad en CABA, como la inoperancia manifiesta del sistema de seguridad del conurbano bonaerense, se escuchan bárbaros cuando dan porcentajes, pero no dejan de ser un relato, ante una realidad que nos golpea a diario.

Hoy se produce un fenómeno grave, ya no hay límites de edad para el accionar de delictivo. Se han podido determinar que niños de 12 años, que no alcanzan una madurez mental aceptable y que goza de una total incapacidad para autorregularse y adaptarse al entorno de manera saludable, han sido protagonistas de asaltos y robos munidos de armas de fuego u objetos cortantes.

De ninguna manera puede sorprender que adolescentes salgan a la calle, roben autos y realicen un raid delictuoso, portando, algunos armas reales y otros imitaciones con las reales, de juguete, tal como ocurriera con el anciano a quien un jovencito de 15 años procuró robarle la camioneta y éste se defendiera con un arma reglamentaria, que estaba autorizado a portar, y termina matándolo.

Que la ciudadanía se siente desvalída, desprotegida y a merced de los ladrones y asesinos es un suceso que ya no se discute. Que procurarían autodefenderse y proteger sus familias y sus bienes, era un hecho a producirse. Que la “batalla” se estaba estableciendo de malos contra buenos resultaba un acontecimiento esperable.

Con inocultable sorpresa leemos que por redes sociales se despide al adolescente -apenas 15 años.- que decidió salir a robar y se lo lamenta como si fuera un héroe. “Murió en su ley”, dice uno de los mensajes y creemos que así fue. Lamentable, ninguna duda cabe, tenía una vida por delante, pero no la que había elegido, sino de formación, educación para alcanzar objetivos futuros sin tener que apelar al robo. Eligió la más fácil.

Las políticas instrumentadas sirven para los anuncios y presumiblemente para señalar que operativos determinados lograron bajar los índices del narcotráfico y fueron coptadas las bandas que se disputaban territorios en el que murieron muchos inocentes, caso Rosario. Esto nadie lo pone en tela de juicio.

Pero la realidad nos golpea con inusitada fuerza; la calle en terreno bonaerense, fundamentalmente en La Matanza y alrededores y en algunas provincias, son tierra de nadie y se esta dando el “sálvese quién pueda”.

Esta situación era esperable y que daría lugar a la libre portación de armas también y con estos condimentos se alimentaba y fogoneaba el “ciudadanos de a pie contra ciudadanos de a pie”, o si prefiere: “pobres contra pobres”. No importando demasiado de dónde provengan, si de barrios carenciados u otros más acomodados.

Hoy vive, tanto la familia del anciano que defendió su vida y propiedad, como la perteneciente al adolescente de 15 años muerto, un verdadero calvario. Dado que en ambos casos sufrirán -de diferente manera- un factor de la decadencia moral y vivencial que soportamos los argentinos.

Desempleo generador de más pobreza y en muchísimos casos abultando exageradamente la indigencia, escalón más sumergido de la comunidad que ya no aspira absolutamente a nada.

En esos estamentos se va conformando una generación que no tiene oportunidades y que percibe que sus progenitores no le pueden brindar la posibilidad de salir de ese estado lastimoso al cual lo condena una sociedad que durante muchas décadas aprovechó la contingencia de los que más necesitaban para alcanzar determinados objetivos.

Los ataques y muertes de hombres y mujeres pertenecientes a las fuerzas de seguridad son una constante. De alguna forma se ratifica el “lunfardismo” carcelario que aquel que se lleva puesto un “cana, tira o cobani” es un sujeto respetado en los cuadros delincuenciales y naturalmente carcelarios.

Según una estadística dada a conocer, un policía de la ciudad es agredido cada veinte horas en la provincia de Buenos Aires, una cifra récord de inseguridad. Ingresar hoy en determinados sectores del conurbano es una exposición segura al robo, daño o decididamente a enfrentar la muerte por, tal vez, un simple teléfono celular.

Esto se repite en todos los niveles de la sociedad y plantea seriamente si no estamos francamente en una guerra despiadada cuyos resultados finales son impredecibles.

Ya no se puede mirar para otro lado. El deterioro social es una realidad palpable y eso compromete a toda la sociedad en busca de soluciones. Ya no es buscar poder, es ejercer la autoridad para defender los derechos constitucionales que le asiste a toda la sociedad.

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