MARTES 16 de Abril de 2024
 
 
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Desaparece un ícono de paz

Se hace difícil poder expresar en palabras el profundo significado que había alcanzado, a través de 72 años de reinado, la soberana del Reino Unido, que con el desarrollo de su tarea había logrado erigirse en un ámbito de consulta para dirimir las múltiples situaciones que se plantean en un mundo extremadamente conflictuado.

Es indispensable pensar que se han desarrollado en la conformación universal, los sectores de los poderosos, los que luchan en un plano intermedio y aquellos, denominados los emergentes, que están procurando alcanzar niveles de competitividad, no solo en lo que se refiere a las decisiones sociopolíticas sino en las económicas.

En este complejo panorama, donde existen los que se sienten con más derechos que los demás, los que realmente se han puesto a la cabeza del planeta y se consideran los del ‘primer mundo‘, enfrentan, con distintas actitudes a los que, sin estar aún, en condiciones de competir, pretenden hacerlo al ser poseedores de bienes naturales, como energía y combustibles, hoy un problema serio de los países en franco crecimiento.

Todo esto genera rispideces y situaciones muy difíciles de resolver, en donde siempre existía el plano de la calma, la razonabilidad y la búsqueda de encontrar puntos de coincidencia que alejen al mundo de la posibilidad de una tercera guerra mundial.

La Reina Isabel II pudo hacerlo. Con un manejo de extremado bajo perfil se fue convirtiendo en un referente para ese mundo tan competitivo. Supo allanar situaciones difíciles y alcanzar acuerdos en donde, el conocido estilo del cardenal ‘Samoré‘, ponía sobre la mesa la razón, la cordura y el sentido común.

Su estilo puede considerarse el hilo conductor que unió todas las monarquías de Europa, en la inteligencia de que había que llegar a establecer canales de paz y entendimiento.

Hoy se abre un enorme interrogante. ¿Será su reemplazo, el futuro rey Carlos III, la persona indicada? Muchos lo están dudando. A lo largo de su existencia ha dado muestras de estar alejado de cuestiones de naturaleza mundial y mucho más de los posibles enredos de una política internacional, que afecta a todos.

Transferir las dotes sociabilizantes, que hacían de la Reina Isabel un ser especial, es un deseo inalcanzable. Sería ya un acierto -no demasiado esperado- que el rey Juan Carlos III pueda alcanzar los niveles negociadores que reestablezcan, aunque sea parcialmente, la influencia que alcanzó la Reina Isabel.

El discurso del futuro soberano pone de relieve que no pretenderá entrar en la ‘gran política‘, tema que le dejará de la nueva Primer Ministro. Según sus palabras, piensa en seguir los pasos de su madre, pero sin intervenciones en cuestiones que escapen a la realeza. Mantener el equilibrio del Reino Unido, es de por sí una de las grandes maniobras que había proyectado la figura de la Reina Isabel. Mantenerlo es lograr una formidable proporción, que -por ahora- hay muchas dudas que pueda alcanzar.

El mundo esta conmovido. Las circunstancias lo ameritan, no solo por la enorme pérdida que significa la muerte de la Reina Isabel II, sino porque se inicia una nueva etapa en el marco de las acciones monárquicas. 

En muchos países que aún permanecen siendo reinados, ya han comenzado a generarse movimientos que entienden que la realeza configura una pesada carga económica y que debería considerarse una reformulación de su estructura y funcionalidad.

En el Reino Unido, la monarca Isabel había logrado mantener esa presencia con una formidable tarea que transitaba desde lo social, asistencial, a lo político. Cabe aún recordar la dura confrontación que trascendió mantuvo con Margaret Tatcher, la conocida ‘Dama de Hierro‘, que en un momento se pensó que derivaría en una separación de la Primer Ministro y que, posteriormente, los buenos oficios de la Reina Isabel convirtieron en un mancomunado esfuerzo por mantener la fortaleza del Reino en todos los aspectos.

Hoy, se está ante un nuevo futuro. No solo de la injerencia de las monarquías, sino de los resultados, a partir de las acciones del Rey Juan Carlos III. Podría ser el fin de una época y el principio de un nuevo pensamiento político.
 

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