VIERNES 19 de Abril de 2024
 
 
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De carne somos pero vamos al grano

Por momentos se amplía la grieta entre veganos y carnívoros. No debiera ser así en una sociedad con amplios derechos de opinión y consumo.

Los veganos profetizan hasta en las piedras tratando de convencer a los paisanos de que les conviene comer verdura. Y los paisanos mientras tanto cortan salame y mandan a los veganos a freír churros con aceite de origen vegetal.

Veganos son aquellos que siguen un régimen dietético caracterizado por la exclusión absoluta de alimentos de origen animal como carne y pescado y sus derivados en miel, huevos, leche, queso y yogur.

Además rechazan el uso del cuero, lana y pieles, cosméticos, medicamentos probados en animales, plumeros y cepillos de cerda, mientras condenan el empleo de los seres irracionales en zoológicos, acuarios, circos, corridas de toros, encierros de San Fermín, jineteadas, carreras de perros y de galgos, desfiles criollos, partidos de polo y de pato, (en estos se protege al caballo y al pato) riñas de gallos, equino terapia y transportes de tracción a sangre.

Solo se salvarían de la prohibición los monumentos ecuestres y las calesitas.

El veganismo rechaza concebir a los animales como mercancías, ya sea para indumentaria, ayuda en el trabajo o entretenimientos. El veganismo pretende ser un estilo de vida y una ideología. Sus argumentos son morales, ambientales, de salud y humanitarios. No tendría en cambio tintes religiosos, ya que salvo en algunas creencias orientales, el consumo carneo es aceptado por la divinidad.

Todos los pueblos de la antigüedad se valieron de la caza y de la pesca para sobrevivir. Incluso parece ser que los apóstoles eran pescadores además de analfabetos.

Según la Biblia, la multiplicación de los panes y los peces fue uno de los milagros de Jesús quien, con una pequeña cantidad de comida, fue capaz de saciar a muchas personas. Al parecer dijo Dios que debemos ejercer dominio “sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra” Y por si no hubiera sido claro agregó que “todo lo que se mueve y tiene vida nos será para alimento y que todo se nos dará como se nos dio la hierba verde”.

Por otro lado quienes más se resisten a los postulados veganos son las familias clásicas del campo y la ciudad, que no conciben una vida sin carne de cualquier especie y ni siquiera un solo día sin el plato consagrado por las mesas argentinas.

Yo diría que como ocurre con tantos otros temas de conducta colectiva habría que dejar que el tiempo o la evolución los acomode. Ocurre que la cultura de los pueblos no es algo que se pueda modificar de pronto. Los hábitos de la gente suelen ser tan arraigados que costará erradicarlos desde lo moral por mucho que se lo intente y sobre todo si han venido conformando una economía de sustentación.

Pretender terminar de pronto con la ganadería, los criaderos, las cabañas, los frigoríficos, las carnicerías y los rodeos como fuentes de economía y consumo sería como intentar cambiarle el eje al mundo.

Seguramente los veganos deberán armarse de mucha paciencia en sus esfuerzos por imponer una conciencia común.

Tal vez sus tataranietos lleguen a compartirla por imitación familiar. Mala suerte será que sus descendientes les nazcan a los veganos con ganas de comerse unas achuras o un lechoncito al horno.

Por Hugo Ferrari

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